domingo, 27 de noviembre de 2005

Los juicios contra Oscar Wilde

El 30 de noviembre se cumplen 105 años de la muerte de Oscar Wilde. Murió en París en 1900, pero realmente empezó a morir 5 años antes cuando comenzó el juicio contra el padre de su amante por difamación que posteriormente daría un giro radical dando lugar a los dos juicios contra Oscar Wilde que le llevarían a la cárcel. En The Trials of Oscar Wilde hay amplísima información sobre esos juicios. Lo que sigue es un relato de Douglas O. Linder sobre los procesos contra Wilde (la traducción es mía así que se ha de considerar "aproximada"):

Old Bailey, el juzgado principal de Londres, nunca había presenciado un espectáculo como el de los tres procesos que cautivaron a Inglaterra y a gran parte del mundo literario en la primavera de 1895. Celebridad, sexo, ingeniosos diálogos, intriga política, giros sorprendentes, y cuestiones clave de arte y moralidad … ¿puede sorprender que los procesos a Oscar Wilde continúen fascinando 100 años después de su muerte?
Los hechos que llevarían a Wilde a Old Bailey empezaron 4 años antes, en el verano de 1891 cuando Wilde, que entonces tenía 38 años, conoció a un prometedor poeta de 22 llamado Lord Alfred DouglasAlfred Douglas ("Bosie") en una fiesta. Se hicieron muy buenos amigos. Douglas se sintió muy bien por el interés que Wilde, ya entonces una figura literaria, mostraba por él. Douglas llamaba a su viejo compañero "el más caballeroso amigo en el mundo". Wilde veía en Douglas no sólo un vivo intelecto sino también un joven de un gran atractivo. No escondía su interés. Douglas dijo más tarde: "Estaba continuamente pidiendo que comiera y cenara con él y enviándome cartas, notas y telegramas." También le envió regalos y le escribió un soneto. Estuvieron juntos en sus respectivas casas, en hoteles y viajaron juntos.
El primer problema serio para Wilde en su relación con Douglas vino cuando éste, todavía estudiante en Oxford, regaló un viejo abrigo a un amigo muy pobre llamado Wood. Wood descubrió en un bolsillo cartas escritas por Wilde a su amigo. Wood consiguió de Wilde 35 libras a cambio de devolverle las comprometedoras cartas. Wilde posteriormente explicó ese dinero como un regalo para que Wood comenzara una nueva vida en América. Otros dos chantajistas recibieron menores cantidades de dinero por devolver el resto de cartas.
La perdición de Wilde no fueron los chantajistas sino el padre de Alfred Douglas, John Sholto Douglas, el Marqués de Queensberry. Queensberry era un arrogante, malhumorado, excéntrico y quizás incluso desequilibrado mental, noble escocés cuyo mayor logro había sido desarrollar y promover reglas para el boxeo amateur (Normas Queensberry). Queensberry estaba Queensberrypreocupado por la relación de su hijo con "ese Wilde". Su preocupación fue temporalmente aliviada en el Café Royal a finales de 1892, cuando su hijo le presentó a la figura literaria. Wilde encandiló a Queensberry a lo largo de una larga comida acompañada de cigarros y licores.
A principios de 1894 Queensberry llegó a la conclusión que Wilde era muy probablemente homosexual y empezó a exigir a su hijo que dejara de verle. En abril escribió: "Tú intimidad con este Wilde debe cesar o te repudiaré y dejaré de darte dinero". "No voy a entrar a analizar esas relaciones íntimas, y no haré cargos sobre ella; pero para mí hacerse pasar por algo es tan malo como serlo". Douglas le respondió en un telegrama: "Vaya un divertido hombrecillo que eres".
Queensberry empezó poco a poco a tomar medidas desesperadas para finalizar la relación. Amenazó con palizas a gerentes de restaurantes y hoteles si descubría a Wilde y a su hijo en sus locales. En junio de 1894, Queensberry acompañado por un campeón de boxeo, apareció sin avisar en la casa de Wilde en Chelsea. Se produjo una fuerte discusión que finalizó cuando Wilde ordenó a Queensberry que se fuera diciendo: "No conozco las normas Queensberry, pero la norma de Oscar Wilde es disparar a matar".
Las posteriores cartas de Queensberry a su hijo, a quien había dejado de dar dinero, fueron creciendo en acritud. "Tú, reptil", escribió, "tú no eres mi hijo y nunca pensé que lo fueras". Douglas contestó: "Si O.W. te llevara a los tribunales por difamación, te pasarías siete años en la cárcel."
El 14 de febrero de 1895, la nueva obra de Wilde "La importancia de llamarse Ernesto" iba a ser estrenada en el St James Theatre. Wilde supo que Queensberry planeaba interrumpir la noche del estreno y arengar al público sobre el presunto decadente estilo de vida de Wilde. Wilde consiguió rodear el teatro de policías. Viendo que su plan estaba siendo obstaculizado, Queensberry rondó cerca de 3 horas alrededor del teatro antes de marcharse finalmente "parloteando".
Cuatro días después en el Albermale Club (club al que pertenecían Wilde y su esposa), Queensberry dio una carta a uno de los porteros. "Da esto a Oscar Wilde" le dijo. En el sobre había escrito: "Para Oscar Wilde interpretando a un sodomita". Dos semanas después Wilde apareció por el club y se le entregó la carta con el ofensivo mensaje. Al volver al hotel Avondale, Wilde escribió a Douglas pidiéndole que viniera a verle. "No veo ahora más opción que un juicio criminal", escribió Wilde. "Toda mi vida parece arruinada por este hombre. La torre de marfil es asediada por la estupidez. En la arena mi vida desgarrada. No sé que hacer".
El día siguiente, Wilde, Douglas, y otro viejo amigo llamado Robert Ross, fueron a ver a un abogado, Travers Humpreys. Humphreys preguntó directamente a Wilde si había algo de cierto en las alegaciones de Queensberry. Wilde lo negó. Humphreys pidió una orden de arresto para Queensberry. El 2 de marzo, la policía le arrestó en la comisaría de Vine Street por difamación
Travers Humphreys pidió a Edward Clarke, una destacada figura en los tribunales londinenses, el llevar el caso de Wilde. Edward ClarkeAntes de aceptar el caso, Clarke dijo a Wilde, "Yo sólo puedo aceptar, Sr. Wilde, si usted me da su palabra de honor que no hay y nunca hubo ningún fundamento en los cargos que se le han hecho". Wilde contestó que los cargos eran "absolutamente falsos e infundados". Dejó la oficina de Clarke para emprender un viaje con Douglas al sur de Francia antes del juicio.
Una semana antes de que el juicio comenzara en Old Bailey, Wilde regresó a Londres, donde numerosos amigos cercanos le aconsejaron que retirara el pleito por difamaciones. George Bernhard Shaw y Frank Harris, dos conocidos amigos de Wilde del mundo literario, rogaron a Wilde que huyera del país y continuara escribiendo, posiblemente en la más tolerante Francia. Douglas, también presente en la comida con Shaw y Harris, objetó: "El que le digáis que huya demuestra que no sois amigos de Oscar". Wilde le dio la razón "No demostráis ser mis amigos", saliendo del restaurante con Douglas.
En abril de 1895, el primer juicio de Wilde (en este caso con Wilde en la acusación) empezó en Old Bailey. Queensberry llevaba ropa de caza azul, sólo en el estrado, sombrero en la mano, frente al banquillo de los acusados. Wilde con un elegante abrigo, con una flor en el ojal, charlando con su abogado. Mientras, en otra habitación del edificio, un grupo de jóvenes, reunidos por Queensberry para reforzar sus cargos, ríen y fuman.
Sir Edward Clarke pronunció la declaración inicial de la acusación. El discurso de Clarke impresionó incluso a Edward Carson, abogado de Queensberry, quien dijo "En mi vida había escuchado algo parecido". Leyó una de las cartas de Wilde a Douglas que sugería la existencia de una relación homosexual. Clarke admitió que la carta "puede parecer extravagante a aquellos habituados a leer correspondencia comercial," pero dijo que debía recordarse que Wilde era un poeta, y que la carta debía ser leída como "la expresión de un verdadero sentimiento poético, y sin ninguna relación con las odiosas y repulsivas insinuaciones puestas en el alegato de este caso".
Después del breve testimonio de Sidney Wright, el portero del Albermale Club, Wilde subió al estrado. Empezó mintiendo sobre su edad, que dijo era 39 (tenía realmente 41). Bajo el interrogatorio de Clarke, Wilde, con una cómoda confianza, describió sus anteriores encuentros con Queensberry y el acoso al que le sometió. A la pregunta final de Clarke, "¿Hay alguna verdad en las acusaciones de Queensberry?", Wilde contestó: "No existe la verdad en ninguna de ellas".
Después de la comida, Edward Carson (rival de Wilde desde sus días en el Trinity College en Dublín) Edward Carsonempezó su hábil interrogatorio. Dividido en dos partes: la parte literaria y la parte orientada a los hechos, centrándose en las pasadas relaciones de Wilde. En la parte literaria del interrogatorio, Carson preguntó a Wilde sobre sus cartas a Douglas y sobre dos de sus trabajos publicados, El retrato de Dorian Gray, y Frases y filosofías al servicio de la juventud. Wilde defendió sus trabajos ante las insinuaciones de Carson sobre su inmoralidad y homosexualidad. "No hay ningún tipo de obra inmoral", afirmaba Wilde de Dorian Gray, simplemente "los libros están bien o mal escritos". "¿Eso expresa su punto de vista?" preguntó Carson, "¿una novela pervertida puede ser un buen libro?", Cuando Wilde replicó "No sé lo que quiere decir con una novela pervertida", Carson dijo "Yo diría que Dorian Gray está abierta a ser interpretada como ese tipo de novela". Wilde contestó indignado, "Eso sólo lo pueden decir brutos e iletrados. La visión del arte de los filisteos es incalculablemente estúpida" Carson preguntó sobre una sugerente carta a Lord Douglas. " ¿Era una carta corriente?" "De ninguna manera", contestó Wilde, "era una hermosa carta". "¿Fuera del Arte?" Se preguntó Carson. "No puedo contestar ninguna pregunta fuera del Arte", replicó Wilde. Y así fue. Wilde lo hizo lo mejor que pudo para transformar el juicio en una broma con respuestas frívolas. Siempre el artista; parecía que buscaba la creatividad, respuestas ingeniosas, incluso si estas contradecían respuestas anteriores. Aunque fue de un gran interés, la parte literaria del interrogatorio de Carson no fue la que más le incriminó. Más bien, uno cree que Carson disfrutaba jugando con su viejo rival.
Cuando Carson empezó a interrogar a Wilde acerca de sus relaciones con chicos jóvenes, Wilde empezó a sentirse notablemente incómodo. El jurado parecía asombrado cuando Carson aportó pruebas, desde elegante ropa a bastones de empuñadura de plata que Wilde admitió regalaba a sus compañeros. Los destinatarios de los obsequios no eran, en palabras de Carson, "intelectuales", sino repartidores de periódicos, ayudantes de cámara, o parados (en algunos casos, casi analfabetos). Wilde intentó explicarlo: "No reconozco distinciones sociales de ningún tipo, y para mí la juventud, el mero hecho de la juventud, es tan maravillosa que antes hablaría media hora con un joven que estaría – bien- interrogado en un juzgado". Después de esta segura respuesta, Carson preguntó sobre un joven, de 16 años cuando Wilde lo conoció, llamado Walter Grainger. ¿Lo besó Wilde? "¡Oh, vaya! ¡No!" contestó Wilde, "Era un chico peculiarmente poco atractivo". Carson dirigió la atención hacia su víctima. ¿Era esa la razón por la que no lo había besado?, ¿Por qué mencionó su fealdad?, "¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué añadió eso?" Carson le exigía que respondiera.
Por la tarde la acusación cerró su turno sin más testigos, a pesar de que se esperaba que Lord Alfred Douglas fuera llamado a testificar. Ningún testimonio que Douglas pudiera dar, por muy convincente que fuera, podía salvar el caso Wilde.
Cuando Carson anunció, en su discurso inicial en defensa de Queensberry, que tenía la intención de llamar a testificar a una procesión de chicos jóvenes con quienes Wilde había mantenido relaciones sexuales, el ambiente se tornó tenso en el juzgado. Edward Clarke entendió que su cliente estaba en un serio peligro. Una ley de 1895, convertía en criminal a cualquier persona que hubiera cometido un acto de "flagrante indecencia". La ley había sido interpretada para criminalizar cualquier forma de actividad sexual entre personas del mismo sexo.
Esa noche, después del juicio, Edward Clarke se reunió con su famoso cliente. "Cuando vi al Sr. Wilde", Clarke recordó más tarde, " le dije que era casi imposible en vistas de las circunstancias, inducir a un jurado a condenar por ofensas a un padre que estaba intentando salvar a su hijo de lo que ellos creían era un compañero malvado". Clarke instó a Wilde a retirar la acusación. Wilde estuvo de acuerdo y a la mañana siguiente Clarke anunció la retirada de la acusación por difamación.
El abogado de Queensberry, mientras tanto, había enviado al Director de Acusaciones Públicas copias de las declaraciones de los jóvenes que habían previsto convertir en testigos. A las 3:30 p.m., un inspector de Scotland Yard, apareció ante el juez John Bridge para solicitar una orden de arresto contra Oscar Wilde. Bridge levantó la sesión durante hora y media, aparentemente para dar tiempo a Wilde de huir de Inglaterra en el último tren hacia el continente.
Wilde, no obstante, había caído en "un patético estado de indecisión." Reunido con Douglas y su viejo amigo Robert Ross en el Cadogan Hotel volvió en sí y dudó entre quedarse o huir hasta que dijo "El tren se ha ido, Es demasiado tarde." Cuando Wilde supo, a través de un periodista, que su orden de arresto se había publicado su cara se entristeció. Se sentó tranquilamente en su silla, bebiendo copa tras copa. Enseguida el nombre de Wilde se quitó de los anuncios del St, James Theatre, donde La importancia de llamarse Ernesto aún estaba en cartel.
El primer juicio criminal contra Oscar Wilde se abrió en Old Bailey el 26 de abril de 1895. Wilde y Alfred Taylor, su presunto proxeneta, hicieron frente a 25 cargos de graves indecencias y de conspiración para cometerlas. Un desfile de jóvenes testigos de la acusación testificaron acerca de su papel ayudando a Wilde a satisfacer sus fantasías sexuales. A pesar de que Wilde no fue acusado de sodomía, había pocas dudas al final del juicio que debería haberlo sido. Casi todos ellos expresaron su vergüenza y remordimientos sobre sus acciones. (Más tarde Wilde comparó esos encuentros con "fiestas con panteras". Wilde escribió que "El peligro era la mitad de la excitación"). El cuarto día del juicio Wilde subió al estrado. Su arrogancia del primer juicio había desaparecido. Respondió preguntas tranquilamente, negando todas las alegaciones de comportamiento indecente. El momento más memorable del juicio vino en la respuesta de Wilde a una pregunta sobre el significado de una frase en un poema de Lord Alfred Douglas. El abogado Charles Gill preguntó, "¿Cuál es el "amor que no se atreve a decir su nombre?". La respuesta de Wilde levantó sonoros aplausos y unos pocos silbidos:
"’El Amor que no se atreve a decir su nombre’, en este siglo, es parecido al intenso cariño de un adulto por un joven, como fue entre David y Jonathan, como Platón hizo la base de su filosofía, y como encuentras en los sonetos de Miguel Angel y Shakespeare. Es ese cariño profundo y espiritual que es tan puro como perfecto. Dicta e impregna grandes obras de arte como las de Shakespeare o Miguel Angel, y esas dos cartas mías. Es mal interpretado en este siglo, tan mal interpretado que tiene que ser descrito como ‘el Amor que no puede decir su nombre" y a causa de él estoy aquí ahora. Es hermoso es magnífico, es la forma más noble de cariño. No hay nada innatural en él. Es intelectual, y repetidas veces existe entre un adulto y un joven, cuando el adulto tiene intelecto y el joven tiene toda la alegría, esperanza y glamour ante él. Eso sería lo que el mundo no entiende. El mundo se burla de él y a veces pone a alguno en la picota".
Clarke continuó pidiendo al jurado que "satisficieran las miles de esperanzas que dependían de su decisión" y "limpiaran de esas imputaciones a uno de los más renombrados y expertos hombres de letras de nuestro tiempo, limpiando con ello a la sociedad de una lacra". El discurso final de Clarke hizo llorar a Wilde quien garabateó una nota de agradecimiento que pasó a su abogado.
El jurado deliberó durante más de 3 horas concluyendo que no podían dictaminar un veredicto de la mayoría de los cargos (el jurado absolvió a Wilde de los cargos relacionados con Frederick Atkins, uno de los jóvenes con quien se le acusaba de haber estado involucrado en graves indecencias). El 7 de mayo, Wilde obtuvo tres semanas de libertad bajo fianza antes de que comenzara su segundo juicio.
El gobierno liberal determinó hacer todo lo posible para asegurar una condena en el segundo juicio de Wilde. Hay muchas especulaciones sobre la agresiva posición del gobierno en el caso Wilde.Rosebery Se sospechaba que el Primer Ministro Rosebery había tenido relaciones homosexuales, cuando era Ministro de Exteriores, con Francis Douglas, otro de los atractivos hijos de Queensberry. Fue poco después que Francis Douglas "murió en un accidente de caza" (probablemente un suicidio) que Queensberry inició la persecución a Wilde. Hay pruebas evidentes en algunas cartas para llegar a la conclusión que Rosebery fue amenazado de ser descubierto por Queensberry u otros si fallaba en su agresiva persecución a Wilde. Es interesante puntualizar que durante los dos meses precedentes a la condena de Wilde, Rosebery padeció importantes depresiones e insomnio. Después de que Wilde fuera condenado, su salud mejoró repentinamente.
El segundo juicio contra Wilde fue dirigido por el subfiscal de la Corona Frank Lockwood. A pesar que se pareció mucho al primer juicio, en éste se abandonaron los testimonios menos convincentes, centrándose en los principales.
Lockwood tuvo el último turno de palabra en el juicio y la utilizó para describir lo que Wilde vería como una "horripilante denuncia". Después de 3 horas de deliberación el jurado volvió con su sentencia: culpable de todos los cargos excepto los relacionados con Edward Shelley. Wilde se tambaleó ligeramente en el banquillo de los acusados con semblante triste.
Los juicios contra Wilde provocaron que las actitudes públicas hacia los homosexuales se volvieran más severas y menos tolerantes. Mientras que antes de los juicios había cierta compasión por los homosexuales, después de los procesos fueron vistos como amenazas. Pero tuvo otras consecuencias. Provocaron que el público empezara a asociar arte y erotismo homosexual; mismas relaciones sexuales vistas como inocentes antes de los juicios se tornaron sospechosas después. Gente con parecidas relaciones aumentaron su ansiedad, preocupados de hacer nada que pudiera parecer improcedente.
Wilde pasó dos años en prisión, los últimos dieciocho meses en Reading Coal. Quedó escarmentado y en la bancarrota pero no amargado. Dijo a un amigo que se "había beneficiado mucho" de su estancia en prisión y dijo estar "avergonzado de haber llevado una vida indigna de un artista.". En su De Profundis que Wilde escribió en prisión, dice: "Me convertí en un derrochador de mi genio y malgastar una eterna juventud me produjo una extraña alegría".
Después de ser puesto en libertad, Wilde viajó a Europa. Murió el 30 de noviembre de 1900 en París.

Constance (la mujer de Wilde) y uno de sus dos hijos, Cyril en 1889.

miércoles, 16 de noviembre de 2005

El bosque

Sabía que los silencios no pueden calibrarse, un silencio es un silencio, no puede ser mayor o menor que otro; pero tenía la certeza de que aquel silencio era insuperable, era el mayor que nunca hubiera "escuchado" y estaba convencido de que nadie jamás podría encontrar alguno igual.
Sus pisadas sobre las hojas caídas no sonaban, el viento soplaba con fuerza y agitaba las ramas de los árboles pero no se le oía silbar, a su izquierda veía las aguas de un río bajar impetuoso pero no emitía sonido alguno.
Una tormenta silenciosa se presentó de repente. Los rayos se sucedían uno tras otro pero no escuchó trueno alguno. La lluvia era tan densa que apenas podía ver unos metros más allá, caía con fuerza, con furia ...pero silenciosa como si de nieve se tratara.
En apenas unos minutos desapareció tan repentinamente como había surgido.
Se sentía limpio, liviano, como si aquella tormenta se hubiera llevado todas sus cargas, sus preocupaciones, sus sinsabores, sus pesadillas ...
El agua acumulada en las hojas de los árboles goteaba incesante sobre la hierba ya mojada. Aquella sensación de tranquilidad que la ausencia de sonidos transmitía le impidió darse cuenta que no podía oler la hierba mojada. Se encontraba en medio de un frondoso bosque, junto a un río que parecía acompañarle en su paseo y no escuchaba ningún tipo de sonido ni podía diferenciar ningún tipo de olor.
Aquello le extrañaba pero en ningún momento le asustó, le provocaba una sensación de paz dificil de explicar.
Notó como la niebla empezaba a aparecer. No caía, se levantaba desde el suelo. Hasta sus rodillas, hasta su cintura ... Algo le hizo levantar la mirada, unos metros más allá vio a su mujer y a su hija a quien llevaba en brazos. Le estaban buscando, lo notaba por sus gestos, suponía que gritaban su nombre pero no las podía oir. Notó que la densa niebla le llegaba ya a los hombros por lo que se acercó corriendo a ellas.
La niebla le llegó a los ojos y le tapó por completo, como una sábana. Apenas podía ver nada pero sabía que su mujer estaba frente a él, la sentía, notaba su respiración ... intentó hablarle pero no salío sonido alguno de su boca. Alargó la mano hacia su cara y la tocó ... lloraba, notaba sus lágrimas mientras la acariciaba con ternura.
Se llevó los dedos a la boca para saborear aquellas lágrimas ... eran amargas, lágrimas de tristeza.
Por fin lo comprendió. Supo que aquel sabor intenso, cálido, iba a ser lo último que iba a experimentar.
Esta vez fueron sus propias lágrimas las que llegaron a su boca ... eran dulces, lágrimas de alegría.

domingo, 6 de noviembre de 2005

Frases y fragmentos ... (III)

... de lecturas más o menos recientes.


Eslava Galán DalíUnamuno



"Sólo que andaba muy advertido de que los negros están muy divididos en castas y parroquias y pueblos y provincias y en cada sitio hablan una parla distinta y muchas veces no se entienden entre ellos siendo de una misma negritud y tinta, lo que no es extraño si bien se piensa pues lo mismo acaece acá entre cristianos donde un catalán es mal entendido en Castilla y un castellano es mal entendido en Valencia y un vascongado es mal entendido en todas partes."
(En busca del unicornio. Juan Eslava Galán)

"Mi padre me dijo un día que le comprara pan para un bocadillo, detallándome que le trajese sólo el panecillo, sin la tortilla a la francesa que el panadero solía meter como especialidad de la casa. A mi vuelta, vio que el pan estaba manchado de huevo. "¿Qué has hecho de la tortilla?"- me preguntó. "La he tirado –le respondí-; tú me dijiste que no la querías." Desde luego, se enfureció, y a sus ojos resulté un crío más singular todavía, pero no intentó comprenderme"
(Confesiones Inconfensables, Salvador Dalí)

"Mi padre estaba muerto cuando, llegado con retraso, puse mis labios llenos de vida sobre su boca fría. A menudo he dicho, parafraseando a Francisco de Quevedo, que la mayor voluptuosidad hubiera sido sodomizar a mi padre agonizante. ¿Existe, en efecto, para un hombre, más terrible profanación y mayor prueba de vida, que este sacrilegio, que este desafío? Sólo mi cobardía y las circunstancias me impidieron cometerlo, pero puedo aún soñar con realizarlo."
(Confesiones Inconfensables, Salvador Dalí)

"Gala se fue. Yo recibí entonces la visita del mozo de aquella planta, quien, con aspecto transtornado, me dijo que barriendo el salón del hotel había hecho caer accidentalmente un cuadro y que éste se había empalado en el mango de su escoba. Seguro que iba a ser despedido si yo, el artista, no encontraba el medio de reparar el desaguisado. Me encontraba todavía transido de amor e inclinado a la piedad. Acepté, y con todo cuidado borré las señales de la perforación. Creía haber acabado con esta buena acción, pero para agradecérmelo apareció, a la hora de la comida, con tres docenas de ostras que me suplicó aceptara. Acababa de enterarme de que una epidemia devastaba los viveros y la sola idea de tragar uno de aquellos mariscos me encogía el corazón y me revulsionaba de terror. Miraba ya la forma de desembarazarme de la bandeja, pero el hombre, desbordando agradecimiento, quiso asistir a mi cena y me fue presentando una a una las ostras, que abría para mí. Creí morir y permanecí dos días sudando de angustia y esperando la muerte. Aquella noche decidí no volver a ser bueno jamás y he mantenido mi palabra. Mi generosidad y las atenciones de mi corazón las reservo exclusivamente para Gala"
(Confesiones Inconfensables, Salvador Dalí)

"Yo no tenía ninguna "razón surrealista" para no tratar a Lenin como un tema onírico y delirante. Muy al contrario. Lenin y Hitler me excitaban al máximo. Hitler más que Lenin, por supuesto. Su espalda regordeta, sobretodo cuando le veía aparecer en su uniforme con cinturón y su tahalí de cuero que apretaban sus carnes, suscitaba en mí un delicioso estremecimiento gustativo de origen bucal que me conducía a un éxtasis wagneriano. Soñaba a menudo con Hitler como si se tratara de una mujer. Su carne, que imaginaba blanquísima, me seducía. Pinté una nodriza hitleriana haciendo calceta sentada en un charco de agua. Se me obligó a borrar la cruz gamada de su brazalete. Esto, sin embargo, no me impidió proclamar que Hitler encarnaba para mí la imagen perfecta del gran masoquista que desencadenaba una guerra mundial por el solo placer de perderla y de enterrarse bajo las ruinas de un imperio: acto gratuito por excelencia que hubiera debido suscitar la admiración surrealista, ¡por una vez que teníamos un héroe moderno! Pinté El enigma de Hitler que, fuera de toda intención política, resumía todos los simbolismos de mi éxtasis. Breton se sintió ultrajado. No quiso admitir que el amo de los nazis no era para mí más que un objeto de delirio inconsciente, una fuerza de autodestrucción y de cataclismo prodigioso."
(Confesiones Inconfensables, Salvador Dalí)

"En las más de las historias de las filosofías que conozco se nos presenta a los sistemas como originándose los unos de los otros, y sus autores, los filósofos, apenas aparecen como meros pretextos. La íntima biografía de los filósofos, de los hombres que filosofaron, ocupa un lugar secundario. Y es ella, sin embargo, esa íntima biografía la que más cosas nos explica."
(Del sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno)

"El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales le diferencia sea más el sentimiento que no la razón. Más veces he visto razonar a un gato que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado."
(Del sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno)