martes, 20 de marzo de 2007

Dedicado a (la inmensa mayoría de) la blogosfera

El Señor ha contemplado con regocijo el último ejemplar que los amanuenses han terminado. Ha mostrado su conformidad con el trabajo de los dibujantes, bromeando sobre el tamaño de su barba que, algo mayor que el habitual en Su Graciosa Majestad, aparece en algunos de los grabados
El biógrafo del rey se mantenía en un rincón de la habitación escribiendo a gran velocidad los movimientos, los gestos y las palabras de su señor. Estaba cansado pero sabía que en cuanto el rey se marchara hacia el salón para comer llegaría su relevo.
El rey contemplaba la interminable biblioteca donde se guardaban los ejemplares de su obra más preciada, su propia y detallada biografía que en más de 50.000 lujosos volúmenes cubrían hasta donde la vista alcanzaba.
En la sala sólo se escuchaba el sonido de la escritura del biógrafo que discretamente situado no se detenía más que el instante necesario para alzar la vista y revisar si el rey había cambiado su gesto o el destino de su mirada. Finalmente se dirigió a su secretario:
- Rasbar, ¿cuántas copias estamos haciendo de los ejemplares?
- Dos, mi señor. Una guardada en los sótanos de palacio y una segunda en la residencia de verano en la costa Norte. Ambas custodiadas permanentemente como ordenó.
- Quiero una tercera copia. Que se deposite más allá de la frontera de las montañas. Solicitad a nuestro aliado el rey Alham que nos la custodie… y enviadle cincuenta de nuestros mejores caballos como muestra de agradecimiento.
- Así se hará mi señor.
El rey se dirigió hacia el salón donde le esperaba su comida de mediodía, se sentó junto a la reina que le esperaba y se quedó pensativo, observando a los biógrafos que se relevaban en ese momento. Tanto los camareros del rey como la propia reina esperaban que éste hiciera el gesto para servir los manjares que los cocineros habían preparado. Pero el rey no hizo ninguna señal, manteniendo su mirada perdida y su gesto pensativo dijo:
- Mi señora, sabe que me llena de orgullo contemplar mi biblioteca, también sabe de la tranquilidad que me otorgan mis volúmenes y la seguridad que me ofrece a la hora de alcanzar el sueño el saber que las generaciones venideras, que los tiempos que tardarán en llegar mucho más de lo imaginable, podrán contemplar y gozar con la lectura de mi vida, de todos mis hechos, de mis gestos, de todas mis palabras …
- Claro, mi señor, es una magna obra que a toda la corte enorgullece. ¿Qué es lo que le preocupa?
- Sé lo que mis biógrafos escriben sobre mí, lo repaso a diario y rara vez tengo que corregirles. Pero... pero no sé lo que los demás escriben de mí, desconozco lo que fuera de estas murallas puedan dejar grabado a la espera de que ojos de hombres aun por nacer lean y conozcan.
- Mi señor, de las manos de sus súbditos no pueden salir más que frases elogiosas hacia Su Majestad.
- Sí, así debería ser. Pero debo reconocer que el no tener la certeza me produce turbación. Y, es evidente, - dijo cambiando a un tono mucho más enérgico- que un rey turbado no puede reinar como de él se espera. ¡Rasbar! - gritó
El secretario se acercó inmediatamente a la mesa.
- Quiero que te ocupes personalmente de traer a palacio todos los libros que en el reino existan. Quiero tenerlos absolutamente todos aquí. Selecciona a 300 de nuestros mejores estudiantes y ocúpalos en leer todos esos libros y anotar todo aquello que de mí se diga en ellos. Apóyate en quien necesites para esta tarea, ordeno que el capitán de la guardia te ceda el mando de las unidades de caballería o infantería que necesites. Dispón de todos los carros que hay en palacio si es necesario y si más necesitas dispón tu mismo de los de algunos súbditos. ¿Alguna pregunta?
- No, mi señor.
- Bien, dispones de 7 días.
El fiel y eficiente Rasbar se marchó tras las reverencias de rigor dispuesto a acometer la ardua tarea que el rey le había encomendado.

Siete días después los jardines de palacio ofrecían un aspecto singular, cientos de largas mesas de madera se alineaban a lo largo de los jardines, con un ejército de lectores sentados a ellas que leían con rapidez un libro tras otro seleccionado al azar de las montañas que éstos ocupaban sobre las mesas; una vez terminados los depositaban en carros situados unos metros más allá.
Durante la última hora de la noche del séptimo día desde la orden del rey, él último libro fue terminado por el último lector que quedaba en la última mesa de los jardines.
Apenas pudo dormir el rey aquella noche, en cuanto amaneció se levantó rápidamente y se dirigió a la sala del trono donde había citado a su secretario.
- Rasbar, pareces cansado. Debo felicitarte por lo eficientemente que has dirigido la misión que te encargué. Ahora, dime, quiero saber lo que de mí se escribe más allá de estas murallas, a orillas del Latae, o en las costas del Norte.
- Mi señor, puedo afirmarle con rotundidad y con orgullo de sus súbditos que ni una sola mala frase, ni una sola mala palabra está escrita sobre Su Majestad.
- ¡Ahhhh! ¡Qué alegría me das mi querido Rasbar! Ahora mi anterior preocupación se me aparece ridícula. Serás recompensado por tu trabajo, no lo dudes, y también mis súbditos; declararé en las fiestas de primavera dos semanas adicionales de juegos. – El rey sin poder disimular su alegría continuó – Pero dime, ¿en qué términos hablan de mí?, ¿hay alguna original forma de escribir sobre mi gobierno y mi grandeza que quizás en mi biografía no hayamos observado? Vamos, cuéntame, quiero saber los detalles.
Rasbar guardaba silencio mirando al suelo, parecía buscar las palabras necesarias para contestar al rey.
- ¡Vamos, mi querido secretario! Empieza por aquello que primero recuerdes, tiempo habrá de leer en detalle las anotaciones que nuestros lectores hayan hecho sobre lo encontrado en toda esa montaña de libros …
- Mi Señor, no puedo recordar en este momento nada de lo que de Su Majestad se haya escrito en esos libros.
- Tranquilo, ve a buscar los registros, los informes que tus ayudantes hayan preparado. No te importe, por una vez, hacer esperar al rey.
- Mi Señor ya he visto esos registros y esos informes y nada hay en ellos, porque nada se ha hallado en ninguno de los libros.
- ¿Cómo? – El rey se levantó airado, su sonrisa había desaparecido, en su rostro se alternaban gestos de incomprensión, de ira e incluso de temor – ¿Me estás diciendo que ninguno de los libros del reino de mí habla, que en ningún párrafo se me menciona, que ninguna frase me alude, que ninguna palabra me refiere?
- Así es mi Señor.
El rey se sentó en el trono, su turbación era evidente, sabía con seguridad que las palabras de su secretario eran ciertas, que no podía haberse equivocado pues conocía su insuperable competencia.
- Márchate Rasbar, tú también biógrafo… dejarme sólo.
El secretario y el biógrafo se retiraron dejando al rey sólo en su trono, aturdido aún por lo que había descubierto, intentando encontrar una explicación a algo que le parecía incomprensible.
Se mantuvo pensativo largo tiempo, solo … cayó en la cuenta que era la primera vez que permanecía solo, no había biógrafos, ni secretarios, ni asesores, ni médicos, ni la reina, ni la guardia …
- ¡Qué extraña sensación! Nadie me está observando, nadie está atento a mis gestos ni a mis palabras, nadie hay admirándome…¿admirándome?, sólo yo me he admirado realmente y utilizo mi poder sobre ellos para provocar su falsa admiración. ¡Qué dolorosa y a la vez inmensa lección me han dado mis súbditos! ¿Quién iba a mostrar admiración por mí, sin ser obligado a ello si nunca podría superar la que yo mismo siento hacia mí? Por primera vez en mi vida mis palabras se van a perder y, va a ser, precisamente, en la primera ocasión en la que merecían ser escritas.

5 comentarios:

arrebatos dijo...

¡Bravo!

La blogocosa esta cada día se parece más a una granja de engorde de egos escuálidos.
Sin embargo yo no habría sido tan generoso con tu monarca, y no porque sea republicano. Más bien porque dudo mucho que alguien tan altivo y cegado por su orgullo sea capaz de darse cuenta de la lección.
Será pesimismo...

arrebatos dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
noesmivida@hotmail.com dijo...

quizás fue compasión por el "realmente" pobre monarca .... quizás un poquito de esperanza o ... quizás (seguro) que no sabía como terminarlo :-D

Marta Uma Blanco dijo...

Curioso relato que por un momento me ha trasladado a aquellos monarcas del siglo XIII que mandaban escribir panegíricos sobrfe su persona. Una duda me asalta: ¿es la misma persona la que escribió el relato de Sant Jordi I y éste? No lo parece. Ambos están muy bien, pero cada uno dentro de su estilo.
Un saludo
Marta

noesmivida@hotmail.com dijo...

Hola Marta, sí, son la misma persona .. al menos 'físicamente' :-S