domingo, 27 de febrero de 2011

La montaña

No fue al venir a vivir aquí, fue a partir de la primera visita que hicimos a la montaña cuando empezó su cambio. Disfrutamos muchísimo aquel día, solos entre robles melojos de espesas copas que nos protegían de un sol radiante. Corrimos y nos quisimos entre altos matorrales sobrevolados por vencejos. Vimos zorros, comadrejas, una enorme cabra montés …

Por ella hubiéramos vuelto al día siguiente. Conseguí convencerla de que no tenía sentido hacer diariamente el trayecto hasta la falda de la montaña. Estuvo toda la semana inquieta, parecía que los días no terminaban nunca para ella, en su cabeza no había otra cosa más que la montaña y volver a ella cuanto antes.

En la segunda ocasión que la visitamos ya era evidente el distanciamiento …

Volvimos a visitarla todos los sábados y domingos, más tarde incluso entre semana, dormimos allí varias veces; en alguna ocasión se fue ella sola al ser yo incapaz de mantener el ritmo de las visitas.

Su rostro cambiaba. A medida que su vida parecía iluminarse, intensificarse, la mía se oscurecía y caía en un vacío difícil de explicar.

Ella no iba a visitar la montaña, iba a entregarse a ella. Su Yo ya pertenecía a aquella montaña aparentemente vulgar. Cualquier intento por mi parte de acercarme, de reencontrarla, de encarar su sinrazón, terminaba en cuanto me devolvía una mirada abierta, luminosa, radiante … pero absolutamente distante y desconocida.

Traté de informarme, buscar a expertos conocedores de la mente humana para intentar descubrir qué le había sucedido. Alguno me habló de topofilia, o topolatría, no recuerdo … ¿qué importa? No me ha servido de nada etiquetarlo.

Esta noche me despertó de madrugada, excitada como nunca la había visto hasta ahora y … ¿cómo explicarlo? ella me poseyó a mí. (su risa, su carcajada casi animal). Me he sentido un juguete, un símbolo que ella necesitaba para no explotar … pero no me vio, no me sintió realmente en ningún momento… ha sido algo … inhumano … y maravilloso al mismo tiempo. Lo he disfrutado tanto como me ha asustado.

Ya no sueño con recuperarla para mí, no creo que eso sea ya posible … sólo pretendo recuperarla para la sociedad, para su gente, su trabajo, su vida ‘humana’.

A veces siento deseos de huir, de dejarla aquí junto a su montaña, feliz. Tengo miedo, pánico , pero tengo que arrostrar la situación. Lo haré esta noche. Siento que ha de ser por la noche cuando lo haga. Esta noche iré a la montaña y negociaré.


Afrodita, Pan y Eros. Hacia 100 a.C.. Museo Arqueológico de Atenas

2 comentarios:

Toy folloso dijo...

Sí, porque la montaña no va a venir....

Madame X dijo...

Desde la antigüedad los hombres toleran mal a las bacantes. Su misterio es inescrutable, a lo mejor por eso...