viernes, 27 de abril de 2007

Constance

Consulté la hora en mi teléfono móvil: las dos de la mañana. Decidí que era suficiente, hubiera deseado continuar un rato más con el trabajo que estaba preparando, pero sabía que en cinco horas debería estar de nuevo en pie, por lo que, a mi pesar, decidí dejarlo e irme a dormir. En ese instante tuve aquella sensación que todos experimentamos de vez en cuando, esa sensación que llega siempre acompañada por una certeza, por una indiscutible seguridad: la de que alguien nos está observando. Pero, ¿quién?, estaba en mi estudio con las persianas bajadas y vivo solo así que ¿a cuento de qué se me había presentado aquella irrebatible sensación?
No tardé en averiguarlo, tras un voluminoso compendio de la obra de Pirandello, aparecía una cabecita que, efectivamente, me observaba…

- No te asustes, ¿vale? – me dijo.

Me la quedé observando mientras salía tímidamente de su escondite y, acercándose al centro de la mesa, se mostraba plenamente. Era una mujer joven, atractiva, con un vestido veraniego blanco que al andar le dibujaba una figura delgada. Su melena, pelirroja, era larga y se dejaba caer despreocupadamente sobre sus hombros; su cara, más difícil de discernir, se intuía llena de pecas y, tras ellas, una expresión aparentemente tranquila.

- No te preocupes – fui capaz de contestar – He trabajado demasiado, me he quedado dormido y estoy soñando con una mujer de cinco centímetros, eso es todo.

Sonrió. Me observaba fijamente, de pie, con los brazos cruzados.

- Te recuerdo bien. Tu cara, tu mirada … Hace unos tres meses, quizás más … - lo decía mirándome con una expresión simpática, y con una sonrisa permanente que parecía iluminar su rostro y resaltar su belleza – Me llamo Constance … Connie! - rectificó - ... y …. hmm … bueno, supongo que si crees estar en tu sueño te lo puedo decir claramente: me “caí” de tu biblioteca … de uno de tus libros.

Mi reacción (ahora me parece estúpida) fue la de mirar a la derecha y observar mi biblioteca, como si el hecho de confirmar que, efectivamente, estaba ahí, diera veracidad a lo que la chica me decía y, lo que es aún más absurdo, a su propia existencia.

- Cuarta estantería – me dijo – entre Big Sur de Kerouac y Trópico de Cáncer de Miller.

Sonreí, una mujer es una mujer aunque mida cinco centímetros, pensé, no puede darme la información clara y directamente, sólo me la sitúa, me deja la incertidumbre y me obliga a descubrirla por mí mismo. Me levanté y me acerqué a la estantería. Entre Kerouac y Miller, así que en lengua inglesa y probablemente empezando por L … lo adiviné un instante antes de verlo: D.H. Lawrence. El libro: El amante de Lady Chatterley. Lo cogí y me giré para observarla de nuevo. Ahí estaba pues, Constance Chatterley, sentada en mi teléfono móvil, balanceando las piernas, mirándome, y, sin ninguna duda posible, divirtiéndose al ver mi expresión que, más que de asombro, debería ser como la del que, recién despertado, recuerda el largo sueño que acaba de abandonar y, asombrado por su intensidad y por su originalidad, mira de buscarle alguna interpretación antes de que se volatilice su recuerdo.
Me senté y, con el libro en la mano, la observé de nuevo, esta vez fijándome en todos los detalles. Sin disimular mi asombro le dije:

- Eres tal y como te imaginaba.
- Claro!, no sé porqué te sorprendes. De hecho, no podría ser de otra forma.
- Te … ¿caíste?
- Bueno, quizás sea más correcto decir que me dejé caer. No sabes lo que me ha costado decidirme, tanto Clifford como Mellors me decían que era una locura, que nunca podría regresar. Pero tenía que hacerlo. No podía soportarlo más, tenía que descubrir esto, vivirlo, sentir todo este mundo … – miraba a su alrededor con los brazos extendidos como si quisiera, con su pequeño cuerpo, abarcar toda la estancia – Es tan … irreal! Y la atmósfera … se hace difícil respirar aquí. – Me miró de nuevo – En cambio tú sí pareces real, aunque tu expresión, tu alma parece apagada ... es tan extraño.
- Quizás si te quedaras un tiempo lo verías diferente – en mi comentario aparecía obvio mi deseo de que permaneciera conmigo. Es difícil expresar qué era lo que realmente me atraía de aquella persona, no era tanto su belleza o la simpatía con la que me miraba, era como si desprendiera una especie de esencia o perfume vital extraordinario.
- O quizás acabara apagándome también y, una vez apagada, sí, lo vería todo diferente, todo “normal” – por primera vez su mirada se tornó triste – Debo irme, no puedo permanecer demasiado tiempo aquí.
- Claro – le dije. Cogí el libro y hojeándolo le pregunté:
- ¿En qué página la dejo señorita?

Tras pensarlo unos segundos y con una sonrisa picarona contestó:

- En la 159, último párrafo.

Le abrí el libro por la página 159, la miró y de un gracioso salto se subió en ella, leyó unas frases, y cuando encontró lo que buscaba su cuerpo se tornó transparente, se notaba su silueta pero ya aparecía difuminada en blancos y negros formando poco a poco palabras. Me pareció que cuando su silueta estaba a punto de hacerse ya invisible se giraba y me lanzaba un beso. Quizás fue sólo una ilusión.
Leí aquellas frases en las que se había fundido:

“Puso las mantas cuidadosamente, una doblada para la cabeza. Luego se sentó un momento en el taburete, y la atrajo hacia sí, estrechándola con un brazo, y recorriéndole el cuerpo con la mano libre. Ella oyó cómo se le cortaba el aliento al encontrarla. Bajo sus frágiles enaguas estaba desnuda.”

Sonreí con complicidad, sorprendido al comprobar que pese a que ya no podía verla la intensidad de su presencia era magnífica, hasta el punto, incluso, de envidiar su vitalidad. Mientras pensaba en ello caí, agotado, en un profundo sueño.

4 comentarios:

siouxie dijo...

Esto..., voy a mi bibloteca a mirar si se ha caido un atractivo y jóven guardabosque, a poder ser que mida algunos centímetros más que tu connie :)

arrebatos dijo...

¡Menos mal que no cayó de algún relato de Lovecraft!
Aunque estos, con poblar nuestras pesadillas ya tienen suficiente.

noesmivida@hotmail.com dijo...

Desde luego como caiga el leñador en tamaño natural o algún bichito lovecraftiano entonces sí que el susto será importante :-D

siouxie dijo...

Es verdad, estas cosas hay que pensarlas más detenidamente antes de "desearlas". Lo decidí anoche mientras miraba entre mis libros un ejemplar de "la metamorfosis" de Kafka. !Mira que si se cae de él, un Gregorio Samsa pataleando entre estertores metamórficos!!! . Ayyyy mamáaa qué miedo!. Esta noche, por si acaso, leo Bambi :)