miércoles, 14 de marzo de 2007

Titanic

Siempre que visitaba Londres no perdía la oportunidad de perderme por alguna de sus oscuras y estrechas calles del centro y entrar en algún pub para tomarme una pinta de cerveza. No fue diferente en aquella ocasión hace unos quince años en la que, pese a ser una visita de apenas 24 horas, tampoco perdí ocasión de dejarme caer en alguno de esos lugares. Siempre me habían atraído, quizás porque me encontraba a gusto con la decoración y con sus suelos y barras de madera, quizás porque me sentía vivir la ciudad, en los lugares donde probablemente se desnuda con menos miramientos y donde las ansias de modernidad de la city desaparecen entre las conversaciones y las canciones que los habituales entonan.
En seguida encontré uno que me llamó poderosamente la atención, exteriormente parecía pequeño y su rótulo era modesto aunque no su nombre: Titanic.
Al entrar me encontré un local mayor de lo que aparentaba, la decoración recargada pero con gusto mostraba todo tipo de recuerdos relativos al más famoso trasatlántico de todos los tiempos. Caminé lentamente disfrutando de todas esas maravillas que convertían el pub en una especie de museo: fotos de la tripulación, de pasajeros, maquetas a escala del barco, de los camarotes, objetos de navegación, incluso una enorme ancla que sin ningún rótulo que la describiera dejaba a cada uno la decisión de imaginarla como auténtica. Me situé casi al final de la barra donde pedí mi cerveza, justo delante había una reproducción de la portada del New York Times correspondiente al día después del hundimiento, con grandes titulares se narraba el desastre y a toda página se ofrecían todos los detalles conocidos en ese momento rodeando una foto del barco y otra de su capitán.



Mientras lo leía escuché unos golpes secos que resonaban sobre el piso de madera del local; al girarme hacia la puerta vi que una anciana acababa de entrar y que con dos viejas muletas se dirigía lentamente hacia la barra; cada vez que daba un paso, el golpe de la muleta sobre la madera parecía resonar sobre todos los sonidos del bar. Los habituales del local la saludaban educadamente y ella les respondía al saludo hasta llegar al que debía ser su lugar reservado, al fondo de la barra, justo a mi lado, donde ya le esperaba una gran pinta de cerveza negra que el camarero se había apresurado a preparar en cuanto la vio entrar.
Se sentó con dificultad en una de las sillas, excesivamente altas, y tras beber dos sorbos de su cerveza, noté que me observaba mientras leía atentamente el gran titular del Times enmarcado en la pared. Al cabo de un rato, con una voz clara pese al indudable acento que la senectud le daba, se dirigió a mí:
- No te creas mucho de lo que ahí dice. Las cosas no fueron exactamente así.
No había podido evitar sentir simpatía por aquella anciana desde que la vi caminar trabajosa y lentamente por el bar, así que en mi respuesta apareció una sincera sonrisa.
- ¿Usted cree?
- No, no lo creo. Lo sé. Lo sé porque yo estaba allí
.
No pude evitar una expresión de sorpresa aunque interiormente pensaba que estaba ante una anciana solitaria que buscaba cualquier conversación y había encontrado en aquel extranjero un acompañante temporal.
- 1912 – dije – es hace mucho tiempo.
- Sí, yo tenía 14 años entonces. No tengo ni idea de los que tengo ahora y tampoco ganas de calcularlos. Los suficientes para poder seguir viniendo cada día a tomarme una pinta, eso es lo importante.
Hice los cálculos mentalmente: 94 años. Era posible, desde luego pese a que sus piernas le fallaban y las arrugabas surcaban cualquiera de las partes de su piel que se miraran, se mantenía en una excelente y envidiable salud para su edad. Pareció entender lo que estaba pensando.
- Sí, no me conservo nada mal. Y es gracias al Titanic, al pub me refiero. Creo que de alguna forma me mantiene viva, me devuelve a mi infancia y … bueno, quizás me recuerda cada día que debo seguir viviendo para que siempre quede alguien que sepa lo que sucedió allí.
Se tomó un buen trago de cerveza y ella sola continuó su relato, sin dar tiempo a que se lo pidiera, la cual cosa me disponía a hacer justo un instante antes de que ella lo iniciara.
- No es grato de escuchar. Por eso la verdad se quedó en el Titanic, en el fondo del mar, pero también está en este Titanic y todos los que están aquí la conocen – me escrutó unos momentos antes de continuar, como si quisiera certificar en mi mirada que era de confianza - Yo embarqué en Southampton, con mi hermana y mi madre, en tercera clase … Nos hicieron subir deprisa, antes de que embarcaran los de primera y se hicieran las fotos y todos los honores de la inauguración. Éramos más de 700 personas, y pese a las incomodidades y al trato poco educado con el que nos trataban, estábamos emocionados, sabíamos que estábamos viviendo un momento histórico, aquel gigante imponía, parecía acogerte en su seno como la madre que protege al niño en su vientre. Llorábamos de emoción al ver desde unas pequeñas ventanas como subían al barco los de primera clase, con sus lujosos vestidos.
Pero esa emoción pronto se oscureció, una vez en alta mar, con apenas día y medio de navegación. Bajaron chicos de la tripulación de primera, elegantemente vestidos, todos nos agolpábamos alrededor de ellos para ver qué querían … y, bueno, lo que querían eran chicas. Chicas jóvenes para las fiestas de las suites de lujo. Al principio recuerdo los gritos de indignación, no duraron mucho, se difuminaron en cuanto mencionaron las cifras que ofrecían. 200 dólares para cada chica que quisiera subir. 200 dólares! No te puedes imaginar lo que era ese dinero para nosotras, era la tranquilidad de tener un techo, comida y ropa para al menos un mes en Nueva York. Tienes que imaginar que viajábamos sin apenas nada, a buscarnos una vida allí, a empezar de cero. Teníamos muchísimo miedo. Al principio se decía que los que llegaran en el Titanic no tendrían problemas para entrar, pero en cuanto zarpamos se extendió el rumor que los que no llevaran dinero no podrían entrar al país y los devolverían a Inglaterra.
– Se detuvo para dar cuenta de su cerveza – No. No me importa reconocerlo, pero no dudé demasiado, ni yo ni siete chicas más, ni siquiera las madres de las que éramos más jóvenes nos lo impidieron. Cierto que no nos empujaron a ello, pero tampoco nos detuvieron.
La escuchaba absolutamente absorto, su forma de relatarlo, su aspecto, el ambiente que nos rodeaba con la mirada del capitán del barco observándome desde la portada del Times me había hecho entrar de lleno en su historia,
- Esas fiestas, afortunadamente no duraban demasiado. Las dos primeras fueron en las suites de lujo, aquellas habitaciones costaban 300 dólares la noche, esos cabrones se podían permitir traer unas cuantas chicas ni que fuera para apenas un momento, alguno estaba demasiado borracho incluso para intentar siquiera hacernos algo, pero otros estaban sobrios y esos sí que se aprovechaban bien. Yo miraba de pensar en otra cosa, me imaginaba los vestidos que podría comprarme con aquel dinero o paseaba la mirada por la habitación y retenía todo aquel mobiliario maravilloso: espejos dorados, lámparas enormes … jamás había visto cosas más bellas.
El resto del local continuaba ajeno a aquella conversación y yo continuaba ajeno al resto del local, toda mi atención estaba en aquella mujer y mis pensamientos se habían ido a 1912 y discurrían entre los camarotes y los pasillos de aquel gigantesco barco.
- Al tercer día de travesía vinieron a buscarnos de nuevo. La misma oferta. Querían a cuatro de nosotras y cuatro fuimos las que aceptamos. Esta vez era diferente. Era un “regalo” que determinados pasajeros de primera querían hacer a los oficiales de la tripulación, era algo “tradicional” según nos dijeron. Atravesamos todo el barco, quizás estuvimos media hora caminando por cubiertas, subiendo y bajando escaleras … hasta que llegamos a la zona de mando del barco … era enorme, dominaba el timón, imponente, y por todas partes se veían cuadros eléctricos, planos, instrumentos que jamás había visto y que ni sospechaba que existieran … aquello era fantástico. No sé quienes eran los que allí estaban, ese capitán que nos mira desde la pared no era ninguno de ellos. Era de noche, había unos seis hombres que formaban la guardia nocturna. Estaban eufóricos, habían bebido, gritaban y se abrazaban, decían cosas como que eran los más grandes, que las mujeres de Nueva York se los iban a rifar en cuanto supieran que ellos dirigían el Titanic … y, bueno, se alegraron mucho de vernos … no paraban de beber y de cantar, decían que todos ellos tenían que estar con las cuatro chicas, que por eso eran los más grandes y, bueno, todas esas fanfarronadas de borrachos. Entonces fue cuando sucedió. Te aseguro que en aquellas circunstancias era imposible que ninguno de ellos prestara atención a los mensajes que los radiotelegrafistas enviaban al barco advirtiendo del riesgo de témpanos de hielo o icebergs en la travesía, solicitando que extremaran la atención. No, no prestaron ninguna atención más que a las chicas y a la bebida. Lo que pasó después sí que es tal y como se ha contado.
Se detuvo para apurar lo que quedaba de su cerveza, la mía permanecía casi intacta, pues apenas había podido ni pestañear desde que empezó su relato.
- Bueno, chico extranjero, parece que te has quedado un poco sorprendido. – Se bajó con dificultad de la silla , recogió sus muletas y empezó su viaje hacia la puerta de salida, no sin antes girarse y dirigirse a mí con una amplia sonrisa – Vamos!, No me digas que te lo has tragado todo?, jaja
Me quedé unos minutos pensativo, seguía impactado por su relato, pero su último comentario me hacía sonreír mientras pensaba lo estúpido que había sido en tragarme su historia. Me dirigí a la salida observando de nuevo aquellas paredes repletas de recuerdos del Titanic, junto a la puerta había una pequeña foto de algunos pasajeros paseando por cubierta, allí aparecía una chica joven junto a una mujer y un hombre… quizás fue la cerveza, quizás fue por la atmósfera del local y por la historia de la vieja, pero las facciones de aquella muchacha eran las mismas que las de la anciana; en aquel momento hubiera apostado 200 dólares a que de ella se trataba.



3 comentarios:

Ana dijo...

Una amiga me mandó un maail referiéndote. Decía este es un buen blog. Así que vine a ver de que se trataba y celebro, una vez más, su criterio.

Volveré.

arrebatos dijo...

Notable reentré, sí señor.
¡Cuánto hace que no me tomo una pinta!

noesmivida@hotmail.com dijo...

Hola Ana,
a ver si encuentro tiempo para mirarme esa "Patagounia Hi"
Un beso.

Arrebatos,
ya tardas en atacarle a esa pinta, no sabes lo que te pierdes (bueno, sí lo sabes):)