domingo, 25 de mayo de 2008

Laudatio

No fue la noticia de su muerte lo que me había producido aquel estado de shock que me mantuvo aparentemente alejado de la realidad durante día y medio, no, no fue la primera llamada de su hermano, ya de madrugada, que con un hilo de voz me explicó lo del accidente; fue la segunda llamada, apenas cinco minutos después de haber colgado el teléfono con una evidente indiferencia: “Javi, te quiero pedir un último favor, ¿te importaría decir unas palabras sobre Sergio en el funeral? … en la familia estamos tan destrozados que somos incapaces de preparar nada y tu, bueno, tu eras su mejor amigo … y bueno, escribes bien y eso … ¿te importaría?”. No, cómo me iba a importar, lo haría encantado, le dije, en la que sería la primera de una inacabable lista de mentiras.

Desde entonces, con la mirada perdida, olvidando todo lo que el mundo exterior me mostraba, dedicado única y exclusivamente a mis pensamientos, le había dado vueltas y más vueltas a mis recuerdos, a mis emociones, a mis impulsos … hasta ahora, en la puerta del tanatorio fumando el último cigarro antes de entrar a la sala donde iba a empezar la ceremonia laica en honor de Sergio. “Javi, en dos minutos empezamos”, me pareció escuchar. Dos minutos. Dos minutos y no había podido llegar a una conclusión sobre la actitud que debía tomar: decir unas palabras vagas, frías y comunes para cubrir el expediente … buscar alguna de sus virtudes y exagerarla para que su familia guardara un último recuerdo emocionado … o afrontarlo con valentía y sin hipocresías y decir la verdad sobre Sergio, explicar a todos sus allegados quién era realmente ese hijo de puta que por fin se había ido al infierno.
Ahogado por estos pensamientos afronté el pasillo hasta la primera fila donde me habían guardado un lugar de preferencia. “Mira, está destrozado, era su mejor amigo”. “Pobre, tiene la mirada perdida” … escuchaba los cuchicheos de algunos de los presentes que apenas rozaban el silencio reinante…’amigo’, ni siquiera tenía claro el significado real de esa palabra.
El oficiante dijo las palabras habituales sobre lo efímero de la vida y la importancia del recuerdo por parte de los vivos para que el alma del difunto se mantenga entre nosotros … sus palabras me llegaban lejanas como si se estuvieran profiriendo desde otra sala; un pequeño codazo de su hermano me sacó temporalmente de mi aturdimiento: “Javi, ánimo … tu discurso”. Me levanté y me dirigí al pequeño atril apenas un metro alejado del ataud donde me imaginaba a Sergio expectante … “¿Estás acojonado verdad? Me crees capaz de explicarlo todo … ¿a que sí?, mira, está tu hija en primera fila, me va a escuchar atentamente…”, pese a la indecisión que me carcomía interiormente sentí una sensación de poder al subir los tres escalones que me separaban del discreto micrófono: sólo mis pisadas se escuchaban, el auditorio a mi disposición, el poder de mis palabras sobre la vida de una persona, sobre su recuerdo … podía destrozarlo, hundirlo en la ciénaga del desprecio, sin derecho a réplica.
Me aclaré la voz y dirigí una rapida ojeada a los presentes que apenas llenaban tres filas de bancos en una sala con capacidad para centenares de personas … otra mirada, esta vez hacia el ataud de Sergio al que, en mi fantasía, podía ver temblar de miedo, casi podía imaginarlo incapaz de controlar su pánico, su orina incontenida goteando entre el roble macizo … disfruté de aquella ilusión antes de empezar.
Sinceramente … he sido incapaz de preparar nada para la ceremonia de hoy. Conozco a Sergio desde los quince años, hemos compartido muchas cosas durante casi dos décadas, así que quizás sí que sea cierto que sea el más indicado para estar aquí ahora” Me detuve afrontando por última vez la gran duda que me atenazaba desde la petición de su hermano; aquel silencio y mi expresión desencajada se entendieron como signo de dolor, como incapacidad de articular palabra a causa de la pérdida de mi amigo. Algunos amagos de sollozos me llegaron desde lugares indeterminados del auditorio.
Sergio era … “, un último suspiro antes del parlamento, “ … era una persona excepcional … sincera … “, las palabras salían de mi boca de forma incontrolada, mecánica; mi cerebro me mostraba imágenes, recuerdos, sensaciones que nada tenían que ver con las palabras elogiosas, casi poéticas, que salían al exterior, … el cabrón de Sergio riendo, mientras se follaba aquella chica casi inconsciente por el alcohol ‘vamos Javito tío, no me digas que no vas a aprovechar esto!’ … “ … siempre estaba ahí cuando lo necesitabas, dispuesto a ayudarte … “, … el desgraciado de Sergio todavía con traje y corbata pateando a aquel indigente en el cajero … , “ … nunca he conocido a nadie con tanta sensibilidad, una sensibilidad ingenua, femenina, casi infantil …”, … el hijo de puta de Sergio: ‘Joder Javi, te devolveré el dinero en cuanto pueda … ¿somos colegas o no? … ya harás ese viaje en otro momento tío … tengo un negociete entre manos que me permitirá devolvértelo y darte el triple como intereses, ya sabes lo de las tías esas acojonadas del club’; “ … el terrible dolor que nos embarga se confunde con la alegría de saberle siempre en nuestro recuerdo …”.
No sé cómo terminé, sólo recuerdo los sollozos de la gente, sus abrazos en el exterior, el agradecimiento de la familia por el esfuerzo que había hecho, los ánimos de desconocidos que me creían hundido en el dolor por la pérdida … sólo Raquel sabía lo que me había pasado realmente; alejados finalmente de aquel lugar me abrazó y mirándome fijamente a los ojos me dijo: “No te tortures. Era tu papel, tu rol … el show debe continuar … ¿Acaso no eras tu quien decía lo de la vida como el gran teatro?. Eh!, lo bordaste … eres el mejor … Vamos a tomar una cerveza

miércoles, 21 de mayo de 2008

De prólogos, prefacios y demás

Fernando Pessoa rechazó una invitación a prologar las obras de su único amigo íntimo, Mário de Sá-Carneiro, con estas palabras:

He reflexionado sobre la cuestión de los prefacios o introducciones y prefiero seguir el célebre consejo del Punch a los que se van a casar: NO. Sí, prefiero que se prescinda de prefacios. No explicar es, aún, una de las principales condiciones para la imposición y la victoria. A mi modo de ver, ni siquiera las dos breves páginas que escribí [en la revista Athena] deben constituir un precomentario. Quede la obra tal como es, y sin que nada más sea.

Por su lado, Álvaro de Campos creía que

El único prefacio a una obra es el cerebro de quien la lee.

Y el también pessoano redactor del Translator´s Preface a la nonnata edición inglesa de la poesía de Alberto Caeiro dejó escrito:

Un prefacio siempre es malo, y el prefacio de un traductor es cosa positivamente inmoral.

Nota preliminar a la traducción de José Antonio Llardent de Poesía de Fernando Pessoa.

miércoles, 7 de mayo de 2008

La noche de los cristales rotos

Mientras bajaba las escaleras ya sentía que algo era diferente, que las percepciones que recibía tenían un matiz distinto a las de cada mañana: quizás más intensidad en la luz, quizás tonos más bajos en los sonidos … la duda acerca de los motivos de esos imprecisos cambios iba de la mano con la certeza de descubrirlos en cuanto saliera a la calle … y así fue.
En cuanto vi la calle descubrí un enorme manto de un blanco claro, casi transparente, que cubría el suelo por completo, los coches aparcados aparecían cubiertos totalmente por una gruesa capa del mismo color, al alzar la vista descubrí todos los balcones rebosantes de espesas capas de lo que se me antojó, en la primera ojeada, como granizo. Me quedé aturdido por la intensidad de aquella granizada, aturdimiento que se transformó en seguida en emoción, en una ilusión casi infantil por poder contemplar el paisaje gris y repetitivo de cada mañana transformado en un decorado casi mágico por efecto de un fenómeno metereológico inusual por estas latitudes.
El inicial aturdimiento y la posterior emoción dejaron paso, en cuanto pisé aquel espeso manto por primera vez, a la preocupación y, por qué no, a un más que notable temor, el que se siente ante una situación inesperada por inimaginable. Aquella pisada me devolvió una sensación que no es la que esperaba recibir, noté el suelo más duro e inestable de lo que creía, pero fue el sonido de la pisada lo que me desconcertó, sonó a crepitar de cristales, percibí aquel terreno como un grueso manto de vidrio despedazado, de quizás diez centímetros de espesor. Me agaché, intrigado, para verlo de cerca y, antes de comprobar la textura con mis manos, ya había confirmado que, efectivamente, aquello que cubría toda la calle, los coches, los balcones, y todo aquello a lo que mi vista alcanzaba eran pequeños cristales, millones de ellos, formando un paisaje tan hermoso como desconcertante.
No veía a nadie por la calle; podía escuchar el sonido de las televisiones en las casas, no entendía lo que decían pero era capaz de distinguir los inconfundibles tonos de los informativos de urgencia … los vecinos que ya habían descubierto aquel inédito amanecer atendían a las noticias que daban los medios informativos buscando una explicación que les tranquilizara.
Como no tenía televisión decidí caminar hasta la esquina, para comprobar si aquel paisaje se repetía en la plaza y en las calles adyacentes. Mientras caminaba lentamente para evitar resbalar, recordé el sonido que había escuchado aquella noche, mientras dormía, primero pensé que era el ruido del camión que descarga el contenedor de reciclaje de vidrio, como si hubiera vaciado durante la noche su contenido, pero, pese a que el sonido me había parecido muy similar no lo fue la duración, se prolongó tanto como si hubiera descargado un enorme contenedor del tamaño de toda la manzana … en aquel momento y en un estado más cercano al sueño que a la vigilia pensé que era algo relacionado con lo que estuviera soñando … ahora, al caminar sobre millones de cristales comprendí que no fue así, que aquello que había producido aquel fenómeno es lo que había generado aquel ruido tan intenso durante la noche.
Al llegar a la esquina y girar hacia la plaza, el paisaje se me apareció aun más impresionante: el ancho parque bajo una enorme alfombra casi transparente, los columpios y los toboganes cubiertos de cristales, las ramas de los cedros dobladas, apenas capaces de soportar el peso que las cubría, dejaban caer de vez en cuando cierta cantidad de cristales haciendo sonar una especie de brindis cuando llegaban al suelo. De tan aturdido como estaba con aquel espectáculo apenas reparé que había llegado junto a un anciano que, sentado en un banco (casi indemne de la tormenta de cristales debido a la protección de un árbol) escuchaba las noticias en un viejo transistor, al verme lo separó de su oreja para que pudiera escuchar lo que decían; en seguida distinguí el acento arrastrado del presidente americano, solapado por la voz aséptica, excesivamente profesional, de un traductor probablemente contratado a marchas forzadas: “ … de tranquilidad a la población. Nos encontramos ante un fenómeno metereológico inédito en la historia de la humanidad … es pronto para dar detalles, pero queremos decirles a todos ustedes que ha sido un fenómeno puntual y pasajero que ha afectado a prácticamente todo el hemisferio norte del planeta. Repito, que no podemos darles detalles aún, pero podemos afirmar que, probablemente un cometa, o ‘algo’ parecido a un cometa ha rozado las capas más altas de la atmósfera … a tal velocidad que no ha sido posible prever su llegada y, probablemente con una temperatura interior tan extremadamente baja que en su contacto con la atmósfera ha producido un efecto de cristalización instantánea provocando esta ‘tormenta’ que a todos nos ha sorprendido. Les daremos más detalles en una hora, pero, sobretodo mantengan la calma y sepan que el fenómeno ya ha pasado y no tendrá más consecuencias que las que ya se han producido. Gracias por su comprensión. Dios bend…’ .. el sonido del transistor fue bajando hasta escuchar el click de apagado. El anciano se levantó, y, mientras recogía su bastón me dijo:
- ¿Usted se cree algo de esa explicación?
- Nada – le respondí con sinceridad.
- Un cometa – sonrió – y ¡helado! … Es ridículo
Empezó a alejarse con pasos cortos que hacían crepitar los pequeños cristales aplastados.
- ¿Qué cree usted que ha pasado realmente? – le pregunté
Se paró pensando la respuesta, se giró y me dijo:
- ¿Que qué creo que ha pasado? … Yo lo que creo es que el de ahí arriba esta vez se ha enfadado de verdad … y con razón, vaya que sí … y que ha destrozado de un puñetazo la urna con la que nos protegía … ¿sabe joven?, lo sorprendente es que haya tardado tanto en hacerlo - se giró de nuevo y reinició su marcha, mientras se alejaba y hablando más para sí mismo que para mi continuó: – afortunadamente no me queda mucho tiempo para vivir lo que vendrá ahora … sí, ahora ya estamos definitivamente desprotegidos …
Sonreí mientras le veía alejarse, al cabo de un rato continué mi paseo por aquel desconcertante entorno; pensativo, le daba vueltas a lo que había escuchado, vistas las dos opciones que se me proponían, concluí que la mejor alternativa era creer en que realmente continuaba en mi sueño.