domingo, 29 de abril de 2007

El abanico de Lady Windermere

En el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) se representa "El ventall de Lady Windermere" de Oscar Wilde, dirigido por Josep Maria Mestres y protagonizado, entre otros, por Carme Elias, Silvia Bel, David Selvas y Abel Folk.



La acción de la obra se ha trasladado ligeramente: desde el final del siglo XIX a los años 20 del pasado siglo. Los motivos los explica el director en estos términos: “Oscar Wilde describía en ‘El abanico de Lady Windermere’ unos personajes inspirados en la misma gente que iba a ver sus comedias, y que se veía reflejada (o, como método de autoprotección, no se quería ver reflejada). Este efecto espejo, nosotros, no lo podemos reproducir. Ahora bien, para facilitar la identificación del público con la historia sí que estamos intentando acercar el comportamiento de los personajes a una sensibilidad más próxima, más contemporánea. Para reforzar este efecto hemos querido trasladar la acción de la obra a los años veinte del siglo pasado. Esto se percibe de entrada, y sobretodo, con el vestuario. El hecho de eliminar la cotilla a las mujeres tiene un valor estético, pero también metafórico. Con esta pequeña modificación tenemos la ventaja de poder construir mujeres más modernas, sin la cotilla física ni la cotilla mental. También ha sido un guiño a Ernst Lubitsch, para mí uno de los grandes maestros de la comedia. Lubitsch hizo su versión cinematográfica de ‘El abanico de Lady Windermere’ en la década de los veinte y trasladó la acción a su época.Por tanto, este desplazamiento funciona también como un pequeño homenaje a Lubitsch. Forzar más el acercamiento de la historia a nuestros días creo que hubiera sido un error de cara a la verosimilitud de los hechos, las situaciones y los sentimientos que la conforman.”


Abel Folk, Carme Elias, Silvia Bel y David Selvas


La obra merece destacarse especialmente por dos motivos: el primero la brillante interpretación (y deslumbrante presencia) de Carme Elias en el papel de Mrs. Erlynne y, por otro, por la acentuación del aspecto cómico de la obra que creo se ha realizado de forma excelente; el texto como tal en muchas ocasiones se aleja de la comedia, tanto por el argumento como por el perfil y carácter de muchos de sus personajes, de forma que es fundamental que la puesta en escena aumente la intensidad de los aspectos cómicos; sirva como ejemplo, el personaje de la Duquesa de Berwick que interpreta Teresa Lozano dándole un toque incluso de simpatía pese a tratarse de un personaje "desagradable" (esto no acaba de gustar a algunos puristas que creen que el director y los actores se deben limitar a "fotocopiar" la idea que el autor quiso dar a su obra, sin darles opción a toque personal alguno) .

La obra, muy recomendable, estará en cartel hasta el 10 de junio.


Como curiosidad les dejo este fragmento de la versión que, en 1981, se hizo para el programa Estudio 1 de TVE. En ella, Carme Elias hizo el papel de Lady Windermere (hija) (con Mercedes Alonso como Mrs Erlynne(madre)). El destino ha querido que 26 años después la podamos volver a ver en la misma obra, pero esta vez interpretando al personaje de Mrs Erlynne.




Bonus track: entrevista a Carme Elias en el programa Via Lliure de RAC-1 (29/04/2007 - 26 min)
Pulsa aquí para escuchar

viernes, 27 de abril de 2007

Constance

Consulté la hora en mi teléfono móvil: las dos de la mañana. Decidí que era suficiente, hubiera deseado continuar un rato más con el trabajo que estaba preparando, pero sabía que en cinco horas debería estar de nuevo en pie, por lo que, a mi pesar, decidí dejarlo e irme a dormir. En ese instante tuve aquella sensación que todos experimentamos de vez en cuando, esa sensación que llega siempre acompañada por una certeza, por una indiscutible seguridad: la de que alguien nos está observando. Pero, ¿quién?, estaba en mi estudio con las persianas bajadas y vivo solo así que ¿a cuento de qué se me había presentado aquella irrebatible sensación?
No tardé en averiguarlo, tras un voluminoso compendio de la obra de Pirandello, aparecía una cabecita que, efectivamente, me observaba…

- No te asustes, ¿vale? – me dijo.

Me la quedé observando mientras salía tímidamente de su escondite y, acercándose al centro de la mesa, se mostraba plenamente. Era una mujer joven, atractiva, con un vestido veraniego blanco que al andar le dibujaba una figura delgada. Su melena, pelirroja, era larga y se dejaba caer despreocupadamente sobre sus hombros; su cara, más difícil de discernir, se intuía llena de pecas y, tras ellas, una expresión aparentemente tranquila.

- No te preocupes – fui capaz de contestar – He trabajado demasiado, me he quedado dormido y estoy soñando con una mujer de cinco centímetros, eso es todo.

Sonrió. Me observaba fijamente, de pie, con los brazos cruzados.

- Te recuerdo bien. Tu cara, tu mirada … Hace unos tres meses, quizás más … - lo decía mirándome con una expresión simpática, y con una sonrisa permanente que parecía iluminar su rostro y resaltar su belleza – Me llamo Constance … Connie! - rectificó - ... y …. hmm … bueno, supongo que si crees estar en tu sueño te lo puedo decir claramente: me “caí” de tu biblioteca … de uno de tus libros.

Mi reacción (ahora me parece estúpida) fue la de mirar a la derecha y observar mi biblioteca, como si el hecho de confirmar que, efectivamente, estaba ahí, diera veracidad a lo que la chica me decía y, lo que es aún más absurdo, a su propia existencia.

- Cuarta estantería – me dijo – entre Big Sur de Kerouac y Trópico de Cáncer de Miller.

Sonreí, una mujer es una mujer aunque mida cinco centímetros, pensé, no puede darme la información clara y directamente, sólo me la sitúa, me deja la incertidumbre y me obliga a descubrirla por mí mismo. Me levanté y me acerqué a la estantería. Entre Kerouac y Miller, así que en lengua inglesa y probablemente empezando por L … lo adiviné un instante antes de verlo: D.H. Lawrence. El libro: El amante de Lady Chatterley. Lo cogí y me giré para observarla de nuevo. Ahí estaba pues, Constance Chatterley, sentada en mi teléfono móvil, balanceando las piernas, mirándome, y, sin ninguna duda posible, divirtiéndose al ver mi expresión que, más que de asombro, debería ser como la del que, recién despertado, recuerda el largo sueño que acaba de abandonar y, asombrado por su intensidad y por su originalidad, mira de buscarle alguna interpretación antes de que se volatilice su recuerdo.
Me senté y, con el libro en la mano, la observé de nuevo, esta vez fijándome en todos los detalles. Sin disimular mi asombro le dije:

- Eres tal y como te imaginaba.
- Claro!, no sé porqué te sorprendes. De hecho, no podría ser de otra forma.
- Te … ¿caíste?
- Bueno, quizás sea más correcto decir que me dejé caer. No sabes lo que me ha costado decidirme, tanto Clifford como Mellors me decían que era una locura, que nunca podría regresar. Pero tenía que hacerlo. No podía soportarlo más, tenía que descubrir esto, vivirlo, sentir todo este mundo … – miraba a su alrededor con los brazos extendidos como si quisiera, con su pequeño cuerpo, abarcar toda la estancia – Es tan … irreal! Y la atmósfera … se hace difícil respirar aquí. – Me miró de nuevo – En cambio tú sí pareces real, aunque tu expresión, tu alma parece apagada ... es tan extraño.
- Quizás si te quedaras un tiempo lo verías diferente – en mi comentario aparecía obvio mi deseo de que permaneciera conmigo. Es difícil expresar qué era lo que realmente me atraía de aquella persona, no era tanto su belleza o la simpatía con la que me miraba, era como si desprendiera una especie de esencia o perfume vital extraordinario.
- O quizás acabara apagándome también y, una vez apagada, sí, lo vería todo diferente, todo “normal” – por primera vez su mirada se tornó triste – Debo irme, no puedo permanecer demasiado tiempo aquí.
- Claro – le dije. Cogí el libro y hojeándolo le pregunté:
- ¿En qué página la dejo señorita?

Tras pensarlo unos segundos y con una sonrisa picarona contestó:

- En la 159, último párrafo.

Le abrí el libro por la página 159, la miró y de un gracioso salto se subió en ella, leyó unas frases, y cuando encontró lo que buscaba su cuerpo se tornó transparente, se notaba su silueta pero ya aparecía difuminada en blancos y negros formando poco a poco palabras. Me pareció que cuando su silueta estaba a punto de hacerse ya invisible se giraba y me lanzaba un beso. Quizás fue sólo una ilusión.
Leí aquellas frases en las que se había fundido:

“Puso las mantas cuidadosamente, una doblada para la cabeza. Luego se sentó un momento en el taburete, y la atrajo hacia sí, estrechándola con un brazo, y recorriéndole el cuerpo con la mano libre. Ella oyó cómo se le cortaba el aliento al encontrarla. Bajo sus frágiles enaguas estaba desnuda.”

Sonreí con complicidad, sorprendido al comprobar que pese a que ya no podía verla la intensidad de su presencia era magnífica, hasta el punto, incluso, de envidiar su vitalidad. Mientras pensaba en ello caí, agotado, en un profundo sueño.

domingo, 22 de abril de 2007

Camille Claudel

Camille Claudel a Paul Claudel
Montdevergues, 3 de marzo de 1930.

Querido Paul,

Hoy, 3 de marzo, es el aniversario de mi secuestro en Ville-Evrard: hace 17 años que Rodin y los marchantes de obras de arte me enviaron a hacer penitencia a los asilos psiquiátricos. Después de apoderarse de la obra de toda mi vida sirviéndose de B. para ejecutar su siniestro proyecto me hicieron cumplir años de prisión que bien se merecerían ellos. B. no era más que un agente del que se sirvieron para tenerte al margen y utilizarte para dar este audaz golpe que salió tal y como habían planeado gracias a tu credulidad y a la de mamá y de Louise. No olvides que la mujer de B. es una antigua modelo de Rodin: ahora ves la maquinación de que fui objeto. ¡Qué bonito! ¡todos aquellos millonarios lanzándose contra una artista indefensa! ya que los señores que colaboraron en tan buena acción son todos más de 40 veces millonarios.
¡Parece que mi pobre taller, algunos pobres muebles, algunos útiles construidos por mí misma, mi pobre menaje todavía excitaban su codicia! Como la imaginación, el sentimiento, lo nuevo, lo imprevisto que surge de un espíritu desarrollado es algo que les está vedado, cerrados de mollera, cerebros obtusos, eternamente ciegos a la luz, les hace falta alguien que les provea. Ellos lo decían: "nos servismos de una alucinada para encontrar los temas".
Tendría que haber al menos algunos estómagos agradecidos que supieran compensar a la pobre mujer a la que despojaron de su genio: ¡no! ¡una casa de locos! ¡ni siquiera el derecho a tener mi propia casa!...
(...)Camille Claudel Parece que el principal beneficiario de mi taller es el señor Hébrard, editor de obras de arte, calle Royale. Allí se precipitaron todos mis bocetos (más de 300). Parece que ya unos años antes de mi marcha de París, los bocetos que hacía en Villeneuve tomaban el camino de su casa (por qué milagro? Dios sabe) Los encontré en su casa copiados en bronce y firmados por otros artistas: ¡realmente es demasiado fuerte! ...¡Y condenarme a prisión perpetua para que no reclame!
Todo esto sale en el fondo del cerebro diabólico de Rodin. Sólo tenía una idea, que cuando él muriera yo podría alzar el vuelo como artista y llegar a ser más que él: era preciso que consiguiera tenerme entre sus garras después de su muerte igual que en vida. Era preciso que yo fuera desgraciada muerto él igual que vivo. ¡Lo ha conseguido punto por punto, porque lo que es desgraciada lo soy!
¡Puede que no te importe mucho pero lo soy!
(...)
Estoy muy aburrida de esta esclavitud. Me gustaría mucho estar en mi casa y cerrar bien la puerta.
No sé si podré realizar este sueño, estar en mi casa.
(...)
No tengo noticias de tus hijos.
Muchos saludos para ti y tu familia.
C.

(Extraído de 'Correspondecia de Clamille Claudel'. Editorial Síntesis)



De la película "Camille Claudel" con Isabelle Adjani


lunes, 9 de abril de 2007

Adolfo Marsillach

'Tan lejos, tan cerca' (Tusquets editores) es el título de la excelente autobiografía que Adolfo Marsillach (Barcelona,1928 - Madrid,2002) escribió entre 1990 y 1998.
A lo largo de 574 páginas muestra los entresijos de un mundo que conocía como nadie: el de la televisión (Ramón y Cajal,...), el cine (Esquilache,...) y, muy especialmente, el del teatro. Desde la perspectiva del adolescente enviado a participar en una obra como método terapéutico para vencer la timidez a la del curtido veterano que termina por, desde un lujoso despacho del Ministerio de Cultura, intentar cambiar algo de la organización de la cultura en España. Entre medio más de cincuenta años de actividad que nos narra con maestría y que nos descubre un mundo tan maravilloso en cuanto a creatividad, cultura, crecimiento,... como detestable en cuanto a la envidia y las ansias de poder de los mediocres.
Después de compartir esos cincuenta años con él, aprendiendo con sus experiencias, sonriendo con sus cientos de anécdotas, admirando no sólo su trabajo sino también su forma de vivir, uno termina por compartir emocionalmente el duro golpe del descubrimiento del cáncer, momento final de la autobiografía, que le llevaría a la muerte cuatro años después.

En el Palau Robert de Barcelona (Paseo de Gracia/Av. Diagonal) se puede ver una (pequeña) exposición dedicada a Marsillach hasta el 13 de mayo.






Fragmentos de la autobiografía:

"Tampoco yo soy – o al menos no me considero – un mal catalán. Ni mi padre. Ni nadie, que yo sepa, de mi familia. Admiro y quiero – porque son rabiosamente “míos” – a Maragall, a Verdaguer y a Rusiñol, pero también me pertenecen – y no estoy dispuesto a ponerles una barretina sobre la tumba – Cervantes, Quevedo y Lope. He sido educado en una idea universalizada de la cultura y, por muy pequeño que sea el universo – que sí, que lo es -, me niego a empequeñecerlo todavía más. En el fondo de mi corazón sólo considero compatriotas a quienes leyeron los mismos libros que yo he leído. Lo demás – como dijo Shakespeare – es silencio."

"El Tartufo me obligó a plantearme la vieja cuestión de cómo tratar a los clásicos. En algún sitio escribí estas líneas que anticipaban unas ideas que muchos años más tarde iba a poner en práctica durante mi etapa como director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico: 'Adoro los libros, me encanta abrirlos, olerlos, descifrarlos con cierto deleite amoroso. Pero los libros que yo elijo, los que he descubierto, los que me esperan, ofreciéndoseme, sobre mi mesilla de noche. Los otros, no. Los que me forzaban a leer para aprobar una asignatura, no: ésos no los quiero. Y un clásico es víctima de esa circunstancia, víctima de la enseñanza obligatoria. Un clásico es un autor con la etiqueta de “pesado” en el lomo de sus libros. Pero ese autor – ese hombre- tuvo un día otras espaldas y otros “lomos”, si se me permite decirlo así. Y ahora lo desconocemos. Le hemos construido un sólido panteón de estudios y seminarios y hemos echado la llave al mar de las cosas muertas. Y, sin embargo, ese hombre estuvo vivo una vez y no fue un clásico'”.

"Leí no hace mucho en una entrevista que le hacían a Antonio Resines, que éste aseguraba – no sé si despectivamente – que “el teatro no da dinero ni popularidad”. Claro, claro, es verdad. Lo que sucede es que yo no quiero ser millonario ni popular (y si llego a serlo no me consideraré del todo responsable). Para mí el teatro es una aventura, un vértigo, una atracción… La misma que siente el escritor al empezar una novela o el pintor al iniciar un cuadro. No sé, creo que no me compensa hacer algo que no me conmueva. El Centro Dramático Nacional estaba lleno de antonios resines."

"A los dramaturgos que creen que sus textos son intocables, les encantan los intérpretes enfáticos y declamatorios que reverencian los puntos, las comas y los paréntesis. Los que, más pragmáticos, opinamos que “la obra es el resultado”, preferimos los actores que dan la sensación de ignorar lo que van a decir en la frase siguiente."

"Recuerdo que, en un viaje que hice a China, tuve un encuentro con los directores de la Ópera de Pekín, que, en contra de lo que pueda suponerse, no es un local sino un género: hay “óperas de Pekín” en muchas ciudades. Nos contaron – íbamos en la misma “excursión” Antonio Gala, Terenci Moix, Víctor Ullate, José Manuel Garrido y Alfonso Riera – que entre los intérpretes de su ópera se desconocía el paro.
- ¿Por qué?
- Educamos al número exacto de actores que se necesitan: ni uno más. Se hace una rigurosa selección entre muchísimos candidatos de todo el país – niños entre cinco o seis años -, los traemos aquí, se les somete a una disciplina muy fuerte, les enseñamos música, canto, danza, artes marciales, maquillaje y, naturalmente, interpretación. Luego, cuando acceden a la juventud, los distribuimos entre los teatros que tienen vacantes que precisan ser cubiertas.
- ¿Y ustedes no se equivocan?
- ¿Cómo?
- ¿Qué ocurre si un chico, al que se eligió siendo un niño, después se comprueba que carece de talento?
- Ah, ningún problema: los malos intérpretes se quedan de profesores.
Nunca he olvidado esta lapidaria sentencia. Su paralelismo español me aplasta."


Links:
Centro Dramático Nacional
Compañía Nacional de Teatro Clásico
Exposición 'Tan lejos, tan cerca' Palau Robert

lunes, 2 de abril de 2007

Frases y fragmentos ... (XX)

... de lecturas más o menos recientes.

Chéjov

"El encargado me dijo: 'Le tengo a usted aquí sólo por respeto a su venerable padre; de lo contrario hace mucho tiempo que hubiera usted salido volando.' Yo le dije. 'Me lisonjea usted demasiado, excelencia, al suponer que yo sé volar'. Luego, oí como decía: “Llévense a este señor, me ataca los nervios'."
Mi vida. Antón Chéjov

"Cuando había asistido a los ensayos en Moscú, se había reído de muchos aspectos de la dirección que le habían parecido absurdos. Stanislavski tenía la costumbre de introducir el tictac de relojes, el sonido de timbres y sonajeros, incluso el canto de grillos. Quería que se oyeran los ladridos de perros auténticos para dar la sensación de realidad. Chéjov encontraba absurdos todos esos ruidos. Y lo que más absurdo le parecía eran los ladridos de perros auténticos. Había dicho: 'es como si en la cara de una persona pintada en un cuadro se aplicara una auténtica nariz'."
Antón Chéjov. Natalia Ginzburg

"Cuando Suvórin le insiste en una carta que debe contraer matrimonio, Chéjov le responde:
'De acuerdo, me voy a casar si este es su deseo. Pero éstas son mis condiciones: todo deberá continuar como antes, es decir, ella vivirá en Moscú y yo en el campo, y vendré a verla. No podría soportar la felicidad continua, todos los días, de la mañana a la noche. Si se me habla todos los días de lo mismo y en el mismo tono, me pongo furioso … Prometo ser un marido excelente, pero déme una esposa que sea como la luna, que no aparezca en mi cielo todos los días: el matrimonio no me haría escribir mejor …'"

Semblanza de Antón Pávlovich Chéjov. Victor Andresco

"El 2 de junio de 1904 [con 44 años], Antón Pávlovich Chéjov se despierta súbitamente en su habitación de un hotel de Berlín. Llama a su mujer y le dice que le traiga champagne, luego exclama: 'Ich sterbe' [Me muero]. Con los ojos entornados, pensativo, bebe lentamente su copa de champagne. ¡Es la última de su vida! Después, tranquilamente, se acuesta sobre un lado y muere.
Su cadáver fue trasladado de Badenweiler a San Petersburgo, en un vagón cuyo letrero decía: 'Ostras'. El tren entró muy despacio en la estación casi vacía, donde esperaba un reducido grupo de amigos. Las contadas personas que circulaban por los andenes y los empleados ignoraban que en aquel 'vagón de ostras' acababa de realizar su último viaje –para recibir sepultura en su patria- uno de los más grandes escritores rusos."

Semblanza de Antón Pávlovich Chéjov. Victor Andresco