miércoles, 28 de septiembre de 2005

Tengo que decir adiós ...

Aquel secreto, aquel recuerdo, lo martirizaba día y noche. Su cuerpo se movía ajeno a su mente, como si nada hubiera sucedido: se levantaba por las mañanas, iba a trabajar, comía, cenaba, incluso leía un cuento a su hija cada noche al acostarla; pero su mente, sus pensamientos no hacían otra cosa que mostrarle constantemente las imágenes, los sonidos y hasta los olores de aquel recuerdo, lo revivía una vez y otra y otra… en un ciclo infinito que no se detenía ni siquiera durante el sueño, momento en el que su inconsciente tomaba el relevo y se lo mostraba de nuevo, aderezado con imágenes y situaciones surrealistas pero inequívocamente inteligibles.
¿Cómo podía despedirlo?, ¿de qué forma desprenderse de él?
Hasta que aquello sucedió, era una persona feliz que se jactaba de los muchos y fieles amigos que tenía. Ahora cuando más los necesitaba fue a buscarlos y los encontró.
Visitó a Javier, al que encontró en su despacho atestado de libros en el Hospital Clínic apunto de irse hacia un nuevo congreso de Neurología en el que, de nuevo, sería la estrella invitada. Le preguntó la forma de olvidar:
- No existe un remedio científico para olvidar algo. Intenta reinterpretarlo, busca la versión de aquello que te sucedió que menos te duela; aquello que duele no se olvida jamás. Piensa en lo que dijo Nietzsche: "No hay hechos, sino sólo interpretaciones".

Le agradeció el consejo, incluso durante unos minutos llegó a pensar que sería capaz de conseguirlo, de encontrar esa interpretación que le llevaría al olvido. Pero no lo consiguió.
Días después fue a ver a Carlos, amigo de la infancia que desde hacía diez años trabajaba como psicoanalista en un modesto despacho en el centro de Barcelona. Recordaba como antes, cuando era capaz de disfrutar de una cena, unas copas y una agradable conversación, hacía bromas sobre su trabajo, recibiendo aquella sonrisa cómplice como respuesta que sólo las amistades sinceras son capaces de ejecutar.

- ¡Vaya! Creo conocer la mente humana profundamente, pero a lo largo de todos estos años mi trabajo ha sido siempre el de buscar recuerdos reprimidos, no el de eliminar aquellos que nos son conscientes. – bromeó - Con terapia, aunque sé que no crees en ella, podrás llegar a encontrar el por qué no puedes olvidarlo, cuando encuentres la causa seguirás recordándolo pero habrás conseguido evitar que te haga sufrir. Aunque ya sabes que es un proceso largo, tienes que ser paciente.

Le emocionó el consejo de su amigo pero no tenía tiempo, no podía seguir así durante años con la esperanza de encontrar la solución mágica. Necesitaba una solución y la necesitaba ya.
Su anciana madre, recostada en la cama desde hacía dos años de la que sólo se levantaba con titánicos esfuerzos para ir al baño intentando preservar su dignidad hasta el último suspiro, notó en seguida en la mirada de su hijo la tortura en la que vivía:

- ¡Aprende a sufrir! ¿Cómo crees que vas a poder engañar a tu propia mente?. ¡Es imposible!. Convive con éllo sea lo que sea, asúmelo. No permitas que el sufrimiento se vea ganador, eso le hace crecerse cada vez más. ¡Véncele!, ¡Ignóralo! - le gritaba con la mirada ya que su voz era apenas un hilo más de muerte que de vida.

La besó dulcemente en la frente; ella notó el significado y se hundió en una tristeza infinita.
Dos días después la pequeña Sara se levantó de su cama, sorprendida de que no la hubiera despertado aun su padre. Se fue al baño, como siempre acompañada por su osito Misha del que apenas se separaba desde que su madre desapareció (Volverá algún día, cielo – le mentía papá con voz temblorosa– Sólo ha tenido que irse por un tiempo .. sabes que te quiere ¿verdad?).
Al abrir la puerta vio a su padre tendido en la bañera con los brazos ensangrentados y en la cara un gesto medio de locura y medio de esperanza. Supo al instante que él también se había ido y que tampoco volvería. Recogió una nota del suelo que no entendió:
"Yo maté a mamá. Tengo que decir adiós a ese recuerdo. Necesito ir al río Leteo y beber de sus aguas para olvidar que ya estuve en el Infierno. Espero que cuando vuelva me hayas perdonado"
La pequeña Sara se sentó en el suelo, aquella incomprensible nota en una mano, Misha en la otra. Miró hacia la bañera sin pestañear durante horas, incapaz de gritar ni de llorar. Aquella imagen, aquel recuerdo, la torturaría hasta el día de su muerte.

Dante y Beatriz a orillas del Leteo (Cristóbal Rojas, 1889)

LETEO: Río del Hades cuyo nombre, como el de otros ríos infernales, deriva de algunas corrientes fluviales. Separaba el resto de los Infiernos de los Campos Elíseos. Las almas de los bienaventurados, allí destinadas, se sumergían en sus aguas para beber de ellas el olvido de los dolores humanos y llegar purificadas a su eterna morada.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

dios! Por un momento he creído que nos privabas de continuar leyendo tan ricos textos; que el que nos abandonaba no era el padre que no encuentra la paz, sinó tú!
Me alegro entonces de que acabara en suicidio...
:-)

Anónimo dijo...

ufff, yo también llegué a pensar eso.

Anónimo dijo...

no os libraréis de mí tan fácilmente ;-)

Anónimo dijo...

wow... qué texto!! me dejaste consternada.... muy fuerte... pero hermoso...

Anónimo dijo...

excelente es el mejor título para tu relato...tengo que decir adios...

Roberto Iza Valdés dijo...
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Roberto Iza Valdés dijo...
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