Desde entonces, con la mirada perdida, olvidando todo lo que el mundo exterior me mostraba, dedicado única y exclusivamente a mis pensamientos, le había dado vueltas y más vueltas a mis recuerdos, a mis emociones, a mis impulsos … hasta ahora, en la puerta del tanatorio fumando el último cigarro antes de entrar a la sala donde iba a empezar la ceremonia laica en honor de Sergio. “Javi, en dos minutos empezamos”, me pareció escuchar. Dos minutos. Dos minutos y no había podido llegar a una conclusión sobre la actitud que debía tomar: decir unas palabras vagas, frías y comunes para cubrir el expediente … buscar alguna de sus virtudes y exagerarla para que su familia guardara un último recuerdo emocionado … o afrontarlo con valentía y sin hipocresías y decir la verdad sobre Sergio, explicar a todos sus allegados quién era realmente ese hijo de puta que por fin se había ido al infierno.
Ahogado por estos pensamientos afronté el pasillo hasta la primera fila donde me habían guardado un lugar de preferencia. “Mira, está destrozado, era su mejor amigo”. “Pobre, tiene la mirada perdida” … escuchaba los cuchicheos de algunos de los presentes que apenas rozaban el silencio reinante…’amigo’, ni siquiera tenía claro el significado real de esa palabra.
El oficiante dijo las palabras habituales sobre lo efímero de la vida y la importancia del recuerdo por parte de los vivos para que el alma del difunto se mantenga entre nosotros … sus palabras me llegaban lejanas como si se estuvieran profiriendo desde otra sala; un pequeño codazo de su hermano me sacó temporalmente de mi aturdimiento: “Javi, ánimo … tu discurso”. Me levanté y me dirigí al pequeño atril apenas un metro alejado del ataud donde me imaginaba a Sergio expectante … “¿Estás acojonado verdad? Me crees capaz de explicarlo todo … ¿a que sí?, mira, está tu hija en primera fila, me va a escuchar atentamente…”, pese a la indecisión que me carcomía interiormente sentí una sensación de poder al subir los tres escalones que me separaban del discreto micrófono: sólo mis pisadas se escuchaban, el auditorio a mi disposición, el poder de mis palabras sobre la vida de una persona, sobre su recuerdo … podía destrozarlo, hundirlo en la ciénaga del desprecio, sin derecho a réplica.
Me aclaré la voz y dirigí una rapida ojeada a los presentes que apenas llenaban tres filas de bancos en una sala con capacidad para centenares de personas … otra mirada, esta vez hacia el ataud de Sergio al que, en mi fantasía, podía ver temblar de miedo, casi podía imaginarlo incapaz de controlar su pánico, su orina incontenida goteando entre el roble macizo … disfruté de aquella ilusión antes de empezar.
“Sinceramente … he sido incapaz de preparar nada para la ceremonia de hoy. Conozco a Sergio desde los quince años, hemos compartido muchas cosas durante casi dos décadas, así que quizás sí que sea cierto que sea el más indicado para estar aquí ahora” Me detuve afrontando por última vez la gran duda que me atenazaba desde la petición de su hermano; aquel silencio y mi expresión desencajada se entendieron como signo de dolor, como incapacidad de articular palabra a causa de la pérdida de mi amigo. Algunos amagos de sollozos me llegaron desde lugares indeterminados del auditorio.
“Sergio era … “, un último suspiro antes del parlamento, “ … era una persona excepcional … sincera … “, las palabras salían de mi boca de forma incontrolada, mecánica; mi cerebro me mostraba imágenes, recuerdos, sensaciones que nada tenían que ver con las palabras elogiosas, casi poéticas, que salían al exterior, … el cabrón de Sergio riendo, mientras se follaba aquella chica casi inconsciente por el alcohol ‘vamos Javito tío, no me digas que no vas a aprovechar esto!’ … “ … siempre estaba ahí cuando lo necesitabas, dispuesto a ayudarte … “, … el desgraciado de Sergio todavía con traje y corbata pateando a aquel indigente en el cajero … , “ … nunca he conocido a nadie con tanta sensibilidad, una sensibilidad ingenua, femenina, casi infantil …”, … el hijo de puta de Sergio: ‘Joder Javi, te devolveré el dinero en cuanto pueda … ¿somos colegas o no? … ya harás ese viaje en otro momento tío … tengo un negociete entre manos que me permitirá devolvértelo y darte el triple como intereses, ya sabes lo de las tías esas acojonadas del club’; “ … el terrible dolor que nos embarga se confunde con la alegría de saberle siempre en nuestro recuerdo …”.
No sé cómo terminé, sólo recuerdo los sollozos de la gente, sus abrazos en el exterior, el agradecimiento de la familia por el esfuerzo que había hecho, los ánimos de desconocidos que me creían hundido en el dolor por la pérdida … sólo Raquel sabía lo que me había pasado realmente; alejados finalmente de aquel lugar me abrazó y mirándome fijamente a los ojos me dijo: “No te tortures. Era tu papel, tu rol … el show debe continuar … ¿Acaso no eras tu quien decía lo de la vida como el gran teatro?. Eh!, lo bordaste … eres el mejor … Vamos a tomar una cerveza”
