domingo, 25 de marzo de 2007

La mirada



(Anna Karina en 'Vivir su vida' de Jean Luc Godard)

... la mirada en la que el personaje descubre a su espectador; la mirada en la que el personaje de ficción descubre que lo es.

sábado, 24 de marzo de 2007

Frases y fragmentos ... (XIX)

... de lecturas más o menos recientes.


Strindberg Enquist Dostoievski

"LA HIJA.- ¡Todo está fuera de quicio! ¡No tienes más que ver las cuatro facultades! ... El Gobierno conservador subvenciona a las cuatro: la de Teología, la ciencia de Dios, siempre atacada y ridiculizada por la de Filosofía, que se considera la sabiduría por excelencia! Y la Medicina que siempre desacredita a la Filosofía y que no cuenta la Teología entre las ciencias sino que la llama superstición … Y allí están las cuatro en el mismo claustro que debe enseñar a los alumnos respeto - ¡por la Universidad! ¡Es un manicomio! Y ¡ay del primero que se vuelva cuerdo!."
Comedia Onírica. August Strindberg

"EL CIEGO.- Pregunté una vez a un niño por qué era el mar salado y el niño, que tenía a su padre en un barco por alta mar, me dijo que porque los marineros lloran mucho.¿Y por qué lloran tanto los marineros? … pues, me contestó, porque siempre tienen que marcharse de viaje.¡Y por eso secan siempre los pañuelos en los mástiles! … ¿Por qué lloran los hombres cuando están tristes?, le pregunté después … Porque a veces, me contestó, hay que lavarse los ojos para ver con más claridad."
Comedia Onírica. August Strindberg

"LA HIJA DE INDRA.- Y oigo sonidos que vienen de allá abajo … ¿Qué clase de seres viven allá?
LA VOZ DE INDRA .- Baja y verás … no quiero calumniar a los hijos del Creador, pero lo que oyes desde aquí es su idioma.
LA HIJA DE INDRA.- Suena como … no suena muy alegre.
LA VOZ DE INDRA.- ¡Así es! Su idioma se llama Queja. ¡Sí, sí! Los que habitan la Tierra son unas gentes insatisfechas y desagradecidas."

Comedia Onírica. August Strindberg

"SCHIWE (asombrado, hablando para sí mismo).- Si al menos pudiese comprender …qué es, en realidad, lo que tienen de extraordinario los escritores.
SIRI.-¡¡Nada!!
STRINDBERG.- Yo se lo voy a decir. Escribimos palabras. En el fondo eso es realmente extraordinario.
SCHIWE.- Realmente … ¿lo es?
STRINDBERG.-Yo pongo por escrito en un papel los sentimientos y los temores de los hombres antes de que ellos noten que los tienen. ¡Un año antes – diez años – cien años antes! Cuando ven las palabras, los sentimientos, bien documentados, se asustan y se indignan. Y no por el terrorismo que ejercen las señoras sobre nosotros. Que sería lo natural. No. ¡Se indignan contra el que lo ha escrito!¡Eso es lo que a mí me parece extraordinario!"

La noche de las tríbadas. Per Olov Enquist

"Pero ahora repito y subrayo que tanto los individuos voluntariosos como los hombres enérgicos son activos porque son estúpidos y limitados. ¿Cómo explicar esto? Pues de la manera siguiente: a consecuencia de su limitación toman por causas primarias las que sólo son secundarias aunque inmediatas y , por lo tanto, se persuaden más pronto y fácilmente que otras personas de que han hallado una base firme para sus actos y con ello se tranquilizan, cosa que, como se sabe, es lo que en realidad importa. Al fin y al cabo, para obrar se precisa ante todo que el individuo esté absolutamente seguro de sí mismo y no tenga duda alguna."
Apuntes del subsuelo. F.M. Dostoyevski

martes, 20 de marzo de 2007

Dedicado a (la inmensa mayoría de) la blogosfera

El Señor ha contemplado con regocijo el último ejemplar que los amanuenses han terminado. Ha mostrado su conformidad con el trabajo de los dibujantes, bromeando sobre el tamaño de su barba que, algo mayor que el habitual en Su Graciosa Majestad, aparece en algunos de los grabados
El biógrafo del rey se mantenía en un rincón de la habitación escribiendo a gran velocidad los movimientos, los gestos y las palabras de su señor. Estaba cansado pero sabía que en cuanto el rey se marchara hacia el salón para comer llegaría su relevo.
El rey contemplaba la interminable biblioteca donde se guardaban los ejemplares de su obra más preciada, su propia y detallada biografía que en más de 50.000 lujosos volúmenes cubrían hasta donde la vista alcanzaba.
En la sala sólo se escuchaba el sonido de la escritura del biógrafo que discretamente situado no se detenía más que el instante necesario para alzar la vista y revisar si el rey había cambiado su gesto o el destino de su mirada. Finalmente se dirigió a su secretario:
- Rasbar, ¿cuántas copias estamos haciendo de los ejemplares?
- Dos, mi señor. Una guardada en los sótanos de palacio y una segunda en la residencia de verano en la costa Norte. Ambas custodiadas permanentemente como ordenó.
- Quiero una tercera copia. Que se deposite más allá de la frontera de las montañas. Solicitad a nuestro aliado el rey Alham que nos la custodie… y enviadle cincuenta de nuestros mejores caballos como muestra de agradecimiento.
- Así se hará mi señor.
El rey se dirigió hacia el salón donde le esperaba su comida de mediodía, se sentó junto a la reina que le esperaba y se quedó pensativo, observando a los biógrafos que se relevaban en ese momento. Tanto los camareros del rey como la propia reina esperaban que éste hiciera el gesto para servir los manjares que los cocineros habían preparado. Pero el rey no hizo ninguna señal, manteniendo su mirada perdida y su gesto pensativo dijo:
- Mi señora, sabe que me llena de orgullo contemplar mi biblioteca, también sabe de la tranquilidad que me otorgan mis volúmenes y la seguridad que me ofrece a la hora de alcanzar el sueño el saber que las generaciones venideras, que los tiempos que tardarán en llegar mucho más de lo imaginable, podrán contemplar y gozar con la lectura de mi vida, de todos mis hechos, de mis gestos, de todas mis palabras …
- Claro, mi señor, es una magna obra que a toda la corte enorgullece. ¿Qué es lo que le preocupa?
- Sé lo que mis biógrafos escriben sobre mí, lo repaso a diario y rara vez tengo que corregirles. Pero... pero no sé lo que los demás escriben de mí, desconozco lo que fuera de estas murallas puedan dejar grabado a la espera de que ojos de hombres aun por nacer lean y conozcan.
- Mi señor, de las manos de sus súbditos no pueden salir más que frases elogiosas hacia Su Majestad.
- Sí, así debería ser. Pero debo reconocer que el no tener la certeza me produce turbación. Y, es evidente, - dijo cambiando a un tono mucho más enérgico- que un rey turbado no puede reinar como de él se espera. ¡Rasbar! - gritó
El secretario se acercó inmediatamente a la mesa.
- Quiero que te ocupes personalmente de traer a palacio todos los libros que en el reino existan. Quiero tenerlos absolutamente todos aquí. Selecciona a 300 de nuestros mejores estudiantes y ocúpalos en leer todos esos libros y anotar todo aquello que de mí se diga en ellos. Apóyate en quien necesites para esta tarea, ordeno que el capitán de la guardia te ceda el mando de las unidades de caballería o infantería que necesites. Dispón de todos los carros que hay en palacio si es necesario y si más necesitas dispón tu mismo de los de algunos súbditos. ¿Alguna pregunta?
- No, mi señor.
- Bien, dispones de 7 días.
El fiel y eficiente Rasbar se marchó tras las reverencias de rigor dispuesto a acometer la ardua tarea que el rey le había encomendado.

Siete días después los jardines de palacio ofrecían un aspecto singular, cientos de largas mesas de madera se alineaban a lo largo de los jardines, con un ejército de lectores sentados a ellas que leían con rapidez un libro tras otro seleccionado al azar de las montañas que éstos ocupaban sobre las mesas; una vez terminados los depositaban en carros situados unos metros más allá.
Durante la última hora de la noche del séptimo día desde la orden del rey, él último libro fue terminado por el último lector que quedaba en la última mesa de los jardines.
Apenas pudo dormir el rey aquella noche, en cuanto amaneció se levantó rápidamente y se dirigió a la sala del trono donde había citado a su secretario.
- Rasbar, pareces cansado. Debo felicitarte por lo eficientemente que has dirigido la misión que te encargué. Ahora, dime, quiero saber lo que de mí se escribe más allá de estas murallas, a orillas del Latae, o en las costas del Norte.
- Mi señor, puedo afirmarle con rotundidad y con orgullo de sus súbditos que ni una sola mala frase, ni una sola mala palabra está escrita sobre Su Majestad.
- ¡Ahhhh! ¡Qué alegría me das mi querido Rasbar! Ahora mi anterior preocupación se me aparece ridícula. Serás recompensado por tu trabajo, no lo dudes, y también mis súbditos; declararé en las fiestas de primavera dos semanas adicionales de juegos. – El rey sin poder disimular su alegría continuó – Pero dime, ¿en qué términos hablan de mí?, ¿hay alguna original forma de escribir sobre mi gobierno y mi grandeza que quizás en mi biografía no hayamos observado? Vamos, cuéntame, quiero saber los detalles.
Rasbar guardaba silencio mirando al suelo, parecía buscar las palabras necesarias para contestar al rey.
- ¡Vamos, mi querido secretario! Empieza por aquello que primero recuerdes, tiempo habrá de leer en detalle las anotaciones que nuestros lectores hayan hecho sobre lo encontrado en toda esa montaña de libros …
- Mi Señor, no puedo recordar en este momento nada de lo que de Su Majestad se haya escrito en esos libros.
- Tranquilo, ve a buscar los registros, los informes que tus ayudantes hayan preparado. No te importe, por una vez, hacer esperar al rey.
- Mi Señor ya he visto esos registros y esos informes y nada hay en ellos, porque nada se ha hallado en ninguno de los libros.
- ¿Cómo? – El rey se levantó airado, su sonrisa había desaparecido, en su rostro se alternaban gestos de incomprensión, de ira e incluso de temor – ¿Me estás diciendo que ninguno de los libros del reino de mí habla, que en ningún párrafo se me menciona, que ninguna frase me alude, que ninguna palabra me refiere?
- Así es mi Señor.
El rey se sentó en el trono, su turbación era evidente, sabía con seguridad que las palabras de su secretario eran ciertas, que no podía haberse equivocado pues conocía su insuperable competencia.
- Márchate Rasbar, tú también biógrafo… dejarme sólo.
El secretario y el biógrafo se retiraron dejando al rey sólo en su trono, aturdido aún por lo que había descubierto, intentando encontrar una explicación a algo que le parecía incomprensible.
Se mantuvo pensativo largo tiempo, solo … cayó en la cuenta que era la primera vez que permanecía solo, no había biógrafos, ni secretarios, ni asesores, ni médicos, ni la reina, ni la guardia …
- ¡Qué extraña sensación! Nadie me está observando, nadie está atento a mis gestos ni a mis palabras, nadie hay admirándome…¿admirándome?, sólo yo me he admirado realmente y utilizo mi poder sobre ellos para provocar su falsa admiración. ¡Qué dolorosa y a la vez inmensa lección me han dado mis súbditos! ¿Quién iba a mostrar admiración por mí, sin ser obligado a ello si nunca podría superar la que yo mismo siento hacia mí? Por primera vez en mi vida mis palabras se van a perder y, va a ser, precisamente, en la primera ocasión en la que merecían ser escritas.

sábado, 17 de marzo de 2007

Frases y fragmentos ... (XVIII)

... de lecturas más o menos recientes.


Dostoyevski Hesse Barthes


"Pues, claro, se trata de las leyes de la naturaleza o de las conclusiones de las ciencias naturales o de la matemática. Cuando, por ejemplo, te demuestran que desciendes del mono, ya no tienes por qué enfurruñarte; acéptalo enhorabuena. Cuando te demuestran que una gotita de tu propia grasa debiera ser en realidad más preciosa para ti que cien mil de tus prójimos, y que tal demostración acaba con todo eso que llaman virtudes, deberes y demás fantasías y prejuicios, acéptalo sin más, porque no cabe hacer otra cosa, ya que dos por dos es … matemática. O si no lo crees así, trata de demostrar lo contrario.
“Pero, hombre – le gritarán -, es inútil rebelarse contra ello: ¡dos por dos son cuatro! La naturaleza no le pide a usted su opinión; a ella no le importan los deseos de usted, ni si le gustan o no le gustan sus leyes. Está usted obligado a aceptarla tal cual es y, por ende, todos sus resultados. O sea, que un muro de piedra es un muro de piedra …,etc.,etc.,” pero, Dios santo, ¿qué me importan a mí las leyes de la naturaleza y la aritmética cuando, por el motivo que sea, no me gustan esas leyes ni tampoco el que dos por dos son cuatro? Ni que decir tiene que nunca podré romper ese muro de piedra a cabezazos si no tengo fuerza bastante para ello, pero nunca me resignaré ante él sólo porque sea un muro de piedra y porque no tengo fuerza bastante para derribarlo
."
Apuntes del subsuelo. F.M. Dostoyevski

"¡Ése es el maldito romanticismo de todos esos corazones puros! ¡Oh, la vileza, oh, la estupidez, oh, la insensibilidad de estas abominables almas sentimentales! (…)
'¡Y qué pocas palabras, qué pocas fueron necesarias! – pensaba yo de paso -. ¡Qué pocos cuadros idílicos necesité (y por añadidura artificiales, librescos, inventados) para alterar en un tris toda un alma humana de acuerdo con mi voluntad!
'"
Apuntes del subsuelo. F.M. Dostoyevski

"No creo que haya crítica literaria en sí ; no existe método crítico independiente de una filosofía más general; es imposible hablar de literatura sin referirse a una psicología, a una sociología, una estética o a una moral: la crítica es forzosamente parásita de una ideología más vasta. En lo que a mí concierne estoy dispuesto a reconocer toda crítica que declare la ideología sobre la cual inevitablemente se funda; aunque por eso mismo me siento obligado a cuestionar toda crítica que no tiene esa franqueza."
El grano de la voz. Roland Barthes

"Tras la experiencia psicoanalítica y del Oriente, Hesse empieza a encontrar su “camino hacia dentro”, su camino hacia el corazón del mundo y reconoce la indestructibilidad del yo más íntimo. Este “yo” comprende a la vez el fundamento del mundo y de la vida y no puede confundirse con el yo individual. En una carta de 1943 aún reconocía la realidad de este “yo”, distinto y más profundo que el personal: 'Pero existe además el otro Yo, oculto tras el primero, mezclado con él, pero inconfundible. Este segundo Yo, sublime y sagrado (el atman de los hindúes, que usted equipara a Brama), no es personal, sino nuestra parte de "Dios", de la vida, del todo, de lo impersonal y ultrapersonal. Entregarse a este Yo, seguirle, siempre vale la pena. Pero resulta difícil, porque este Yo eterno es silencioso y paciente, mientras que el otro Yo – el individual- es impaciente y ruidoso'"
Herman Hesse y su obra. José M. Carandell.

"Después de una conferencia sobre cosmología y la estructura del sistema solar, una pequeña y anciana señora se acercó a William James y le dijo que estaba equivocado si pensaba que la Tierra rotaba alrededor del Sol.
- Yo tengo una teoría mejor – dijo la anciana señora.
- ¿Y cuál es, señora? – le preguntó James cortésmente.
- Que vivimos en un trozo de tierra que está sobre la concha de una tortuga gigante.
- Si su teoría es correcta, señora, -preguntó James- ¿dónde está puesta esa tortuga?
- Es usted un hombre muy inteligente, señor James. Es una muy buena pregunta, -contestó ella- pero yo tengo la respuesta. La primera tortuga está sobre la concha de una segunda, mucho mayor.
- Pero ¿dónde está esa segunda tortuga? – insistió James pacientemente. A esto respondió la dama, triunfante:
- No siga por ahí, señor James, siempre hay una tortuga debajo
."
(Adaptado de J.R.Ross). El lenguaje. George Yule.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Titanic

Siempre que visitaba Londres no perdía la oportunidad de perderme por alguna de sus oscuras y estrechas calles del centro y entrar en algún pub para tomarme una pinta de cerveza. No fue diferente en aquella ocasión hace unos quince años en la que, pese a ser una visita de apenas 24 horas, tampoco perdí ocasión de dejarme caer en alguno de esos lugares. Siempre me habían atraído, quizás porque me encontraba a gusto con la decoración y con sus suelos y barras de madera, quizás porque me sentía vivir la ciudad, en los lugares donde probablemente se desnuda con menos miramientos y donde las ansias de modernidad de la city desaparecen entre las conversaciones y las canciones que los habituales entonan.
En seguida encontré uno que me llamó poderosamente la atención, exteriormente parecía pequeño y su rótulo era modesto aunque no su nombre: Titanic.
Al entrar me encontré un local mayor de lo que aparentaba, la decoración recargada pero con gusto mostraba todo tipo de recuerdos relativos al más famoso trasatlántico de todos los tiempos. Caminé lentamente disfrutando de todas esas maravillas que convertían el pub en una especie de museo: fotos de la tripulación, de pasajeros, maquetas a escala del barco, de los camarotes, objetos de navegación, incluso una enorme ancla que sin ningún rótulo que la describiera dejaba a cada uno la decisión de imaginarla como auténtica. Me situé casi al final de la barra donde pedí mi cerveza, justo delante había una reproducción de la portada del New York Times correspondiente al día después del hundimiento, con grandes titulares se narraba el desastre y a toda página se ofrecían todos los detalles conocidos en ese momento rodeando una foto del barco y otra de su capitán.



Mientras lo leía escuché unos golpes secos que resonaban sobre el piso de madera del local; al girarme hacia la puerta vi que una anciana acababa de entrar y que con dos viejas muletas se dirigía lentamente hacia la barra; cada vez que daba un paso, el golpe de la muleta sobre la madera parecía resonar sobre todos los sonidos del bar. Los habituales del local la saludaban educadamente y ella les respondía al saludo hasta llegar al que debía ser su lugar reservado, al fondo de la barra, justo a mi lado, donde ya le esperaba una gran pinta de cerveza negra que el camarero se había apresurado a preparar en cuanto la vio entrar.
Se sentó con dificultad en una de las sillas, excesivamente altas, y tras beber dos sorbos de su cerveza, noté que me observaba mientras leía atentamente el gran titular del Times enmarcado en la pared. Al cabo de un rato, con una voz clara pese al indudable acento que la senectud le daba, se dirigió a mí:
- No te creas mucho de lo que ahí dice. Las cosas no fueron exactamente así.
No había podido evitar sentir simpatía por aquella anciana desde que la vi caminar trabajosa y lentamente por el bar, así que en mi respuesta apareció una sincera sonrisa.
- ¿Usted cree?
- No, no lo creo. Lo sé. Lo sé porque yo estaba allí
.
No pude evitar una expresión de sorpresa aunque interiormente pensaba que estaba ante una anciana solitaria que buscaba cualquier conversación y había encontrado en aquel extranjero un acompañante temporal.
- 1912 – dije – es hace mucho tiempo.
- Sí, yo tenía 14 años entonces. No tengo ni idea de los que tengo ahora y tampoco ganas de calcularlos. Los suficientes para poder seguir viniendo cada día a tomarme una pinta, eso es lo importante.
Hice los cálculos mentalmente: 94 años. Era posible, desde luego pese a que sus piernas le fallaban y las arrugabas surcaban cualquiera de las partes de su piel que se miraran, se mantenía en una excelente y envidiable salud para su edad. Pareció entender lo que estaba pensando.
- Sí, no me conservo nada mal. Y es gracias al Titanic, al pub me refiero. Creo que de alguna forma me mantiene viva, me devuelve a mi infancia y … bueno, quizás me recuerda cada día que debo seguir viviendo para que siempre quede alguien que sepa lo que sucedió allí.
Se tomó un buen trago de cerveza y ella sola continuó su relato, sin dar tiempo a que se lo pidiera, la cual cosa me disponía a hacer justo un instante antes de que ella lo iniciara.
- No es grato de escuchar. Por eso la verdad se quedó en el Titanic, en el fondo del mar, pero también está en este Titanic y todos los que están aquí la conocen – me escrutó unos momentos antes de continuar, como si quisiera certificar en mi mirada que era de confianza - Yo embarqué en Southampton, con mi hermana y mi madre, en tercera clase … Nos hicieron subir deprisa, antes de que embarcaran los de primera y se hicieran las fotos y todos los honores de la inauguración. Éramos más de 700 personas, y pese a las incomodidades y al trato poco educado con el que nos trataban, estábamos emocionados, sabíamos que estábamos viviendo un momento histórico, aquel gigante imponía, parecía acogerte en su seno como la madre que protege al niño en su vientre. Llorábamos de emoción al ver desde unas pequeñas ventanas como subían al barco los de primera clase, con sus lujosos vestidos.
Pero esa emoción pronto se oscureció, una vez en alta mar, con apenas día y medio de navegación. Bajaron chicos de la tripulación de primera, elegantemente vestidos, todos nos agolpábamos alrededor de ellos para ver qué querían … y, bueno, lo que querían eran chicas. Chicas jóvenes para las fiestas de las suites de lujo. Al principio recuerdo los gritos de indignación, no duraron mucho, se difuminaron en cuanto mencionaron las cifras que ofrecían. 200 dólares para cada chica que quisiera subir. 200 dólares! No te puedes imaginar lo que era ese dinero para nosotras, era la tranquilidad de tener un techo, comida y ropa para al menos un mes en Nueva York. Tienes que imaginar que viajábamos sin apenas nada, a buscarnos una vida allí, a empezar de cero. Teníamos muchísimo miedo. Al principio se decía que los que llegaran en el Titanic no tendrían problemas para entrar, pero en cuanto zarpamos se extendió el rumor que los que no llevaran dinero no podrían entrar al país y los devolverían a Inglaterra.
– Se detuvo para dar cuenta de su cerveza – No. No me importa reconocerlo, pero no dudé demasiado, ni yo ni siete chicas más, ni siquiera las madres de las que éramos más jóvenes nos lo impidieron. Cierto que no nos empujaron a ello, pero tampoco nos detuvieron.
La escuchaba absolutamente absorto, su forma de relatarlo, su aspecto, el ambiente que nos rodeaba con la mirada del capitán del barco observándome desde la portada del Times me había hecho entrar de lleno en su historia,
- Esas fiestas, afortunadamente no duraban demasiado. Las dos primeras fueron en las suites de lujo, aquellas habitaciones costaban 300 dólares la noche, esos cabrones se podían permitir traer unas cuantas chicas ni que fuera para apenas un momento, alguno estaba demasiado borracho incluso para intentar siquiera hacernos algo, pero otros estaban sobrios y esos sí que se aprovechaban bien. Yo miraba de pensar en otra cosa, me imaginaba los vestidos que podría comprarme con aquel dinero o paseaba la mirada por la habitación y retenía todo aquel mobiliario maravilloso: espejos dorados, lámparas enormes … jamás había visto cosas más bellas.
El resto del local continuaba ajeno a aquella conversación y yo continuaba ajeno al resto del local, toda mi atención estaba en aquella mujer y mis pensamientos se habían ido a 1912 y discurrían entre los camarotes y los pasillos de aquel gigantesco barco.
- Al tercer día de travesía vinieron a buscarnos de nuevo. La misma oferta. Querían a cuatro de nosotras y cuatro fuimos las que aceptamos. Esta vez era diferente. Era un “regalo” que determinados pasajeros de primera querían hacer a los oficiales de la tripulación, era algo “tradicional” según nos dijeron. Atravesamos todo el barco, quizás estuvimos media hora caminando por cubiertas, subiendo y bajando escaleras … hasta que llegamos a la zona de mando del barco … era enorme, dominaba el timón, imponente, y por todas partes se veían cuadros eléctricos, planos, instrumentos que jamás había visto y que ni sospechaba que existieran … aquello era fantástico. No sé quienes eran los que allí estaban, ese capitán que nos mira desde la pared no era ninguno de ellos. Era de noche, había unos seis hombres que formaban la guardia nocturna. Estaban eufóricos, habían bebido, gritaban y se abrazaban, decían cosas como que eran los más grandes, que las mujeres de Nueva York se los iban a rifar en cuanto supieran que ellos dirigían el Titanic … y, bueno, se alegraron mucho de vernos … no paraban de beber y de cantar, decían que todos ellos tenían que estar con las cuatro chicas, que por eso eran los más grandes y, bueno, todas esas fanfarronadas de borrachos. Entonces fue cuando sucedió. Te aseguro que en aquellas circunstancias era imposible que ninguno de ellos prestara atención a los mensajes que los radiotelegrafistas enviaban al barco advirtiendo del riesgo de témpanos de hielo o icebergs en la travesía, solicitando que extremaran la atención. No, no prestaron ninguna atención más que a las chicas y a la bebida. Lo que pasó después sí que es tal y como se ha contado.
Se detuvo para apurar lo que quedaba de su cerveza, la mía permanecía casi intacta, pues apenas había podido ni pestañear desde que empezó su relato.
- Bueno, chico extranjero, parece que te has quedado un poco sorprendido. – Se bajó con dificultad de la silla , recogió sus muletas y empezó su viaje hacia la puerta de salida, no sin antes girarse y dirigirse a mí con una amplia sonrisa – Vamos!, No me digas que te lo has tragado todo?, jaja
Me quedé unos minutos pensativo, seguía impactado por su relato, pero su último comentario me hacía sonreír mientras pensaba lo estúpido que había sido en tragarme su historia. Me dirigí a la salida observando de nuevo aquellas paredes repletas de recuerdos del Titanic, junto a la puerta había una pequeña foto de algunos pasajeros paseando por cubierta, allí aparecía una chica joven junto a una mujer y un hombre… quizás fue la cerveza, quizás fue por la atmósfera del local y por la historia de la vieja, pero las facciones de aquella muchacha eran las mismas que las de la anciana; en aquel momento hubiera apostado 200 dólares a que de ella se trataba.