A lo largo de 574 páginas muestra los entresijos de un mundo que conocía como nadie: el de la televisión (Ramón y Cajal,...), el cine (Esquilache,...) y, muy especialmente, el del teatro. Desde la perspectiva del adolescente enviado a participar en una obra como método terapéutico para vencer la timidez a la del curtido veterano que termina por, desde un lujoso despacho del Ministerio de Cultura, intentar cambiar algo de la organización de la cultura en España. Entre medio más de cincuenta años de actividad que nos narra con maestría y que nos descubre un mundo tan maravilloso en cuanto a creatividad, cultura, crecimiento,... como detestable en cuanto a la envidia y las ansias de poder de los mediocres.
Después de compartir esos cincuenta años con él, aprendiendo con sus experiencias, sonriendo con sus cientos de anécdotas, admirando no sólo su trabajo sino también su forma de vivir, uno termina por compartir emocionalmente el duro golpe del descubrimiento del cáncer, momento final de la autobiografía, que le llevaría a la muerte cuatro años después.
En el Palau Robert de Barcelona (Paseo de Gracia/Av. Diagonal) se puede ver una (pequeña) exposición dedicada a Marsillach hasta el 13 de mayo.
Fragmentos de la autobiografía:
"Tampoco yo soy – o al menos no me considero – un mal catalán. Ni mi padre. Ni nadie, que yo sepa, de mi familia. Admiro y quiero – porque son rabiosamente “míos” – a Maragall, a Verdaguer y a Rusiñol, pero también me pertenecen – y no estoy dispuesto a ponerles una barretina sobre la tumba – Cervantes, Quevedo y Lope. He sido educado en una idea universalizada de la cultura y, por muy pequeño que sea el universo – que sí, que lo es -, me niego a empequeñecerlo todavía más. En el fondo de mi corazón sólo considero compatriotas a quienes leyeron los mismos libros que yo he leído. Lo demás – como dijo Shakespeare – es silencio."
"El Tartufo me obligó a plantearme la vieja cuestión de cómo tratar a los clásicos. En algún sitio escribí estas líneas que anticipaban unas ideas que muchos años más tarde iba a poner en práctica durante mi etapa como director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico: 'Adoro los libros, me encanta abrirlos, olerlos, descifrarlos con cierto deleite amoroso. Pero los libros que yo elijo, los que he descubierto, los que me esperan, ofreciéndoseme, sobre mi mesilla de noche. Los otros, no. Los que me forzaban a leer para aprobar una asignatura, no: ésos no los quiero. Y un clásico es víctima de esa circunstancia, víctima de la enseñanza obligatoria. Un clásico es un autor con la etiqueta de “pesado” en el lomo de sus libros. Pero ese autor – ese hombre- tuvo un día otras espaldas y otros “lomos”, si se me permite decirlo así. Y ahora lo desconocemos. Le hemos construido un sólido panteón de estudios y seminarios y hemos echado la llave al mar de las cosas muertas. Y, sin embargo, ese hombre estuvo vivo una vez y no fue un clásico'”.
"Leí no hace mucho en una entrevista que le hacían a Antonio Resines, que éste aseguraba – no sé si despectivamente – que “el teatro no da dinero ni popularidad”. Claro, claro, es verdad. Lo que sucede es que yo no quiero ser millonario ni popular (y si llego a serlo no me consideraré del todo responsable). Para mí el teatro es una aventura, un vértigo, una atracción… La misma que siente el escritor al empezar una novela o el pintor al iniciar un cuadro. No sé, creo que no me compensa hacer algo que no me conmueva. El Centro Dramático Nacional estaba lleno de antonios resines."
"A los dramaturgos que creen que sus textos son intocables, les encantan los intérpretes enfáticos y declamatorios que reverencian los puntos, las comas y los paréntesis. Los que, más pragmáticos, opinamos que “la obra es el resultado”, preferimos los actores que dan la sensación de ignorar lo que van a decir en la frase siguiente."
"Recuerdo que, en un viaje que hice a China, tuve un encuentro con los directores de la Ópera de Pekín, que, en contra de lo que pueda suponerse, no es un local sino un género: hay “óperas de Pekín” en muchas ciudades. Nos contaron – íbamos en la misma “excursión” Antonio Gala, Terenci Moix, Víctor Ullate, José Manuel Garrido y Alfonso Riera – que entre los intérpretes de su ópera se desconocía el paro.
- ¿Por qué?
- Educamos al número exacto de actores que se necesitan: ni uno más. Se hace una rigurosa selección entre muchísimos candidatos de todo el país – niños entre cinco o seis años -, los traemos aquí, se les somete a una disciplina muy fuerte, les enseñamos música, canto, danza, artes marciales, maquillaje y, naturalmente, interpretación. Luego, cuando acceden a la juventud, los distribuimos entre los teatros que tienen vacantes que precisan ser cubiertas.
- ¿Y ustedes no se equivocan?
- ¿Cómo?
- ¿Qué ocurre si un chico, al que se eligió siendo un niño, después se comprueba que carece de talento?
- Ah, ningún problema: los malos intérpretes se quedan de profesores.
Nunca he olvidado esta lapidaria sentencia. Su paralelismo español me aplasta."
Links:
Centro Dramático Nacional
Compañía Nacional de Teatro Clásico
Exposición 'Tan lejos, tan cerca' Palau Robert
6 comentarios:
Estuve hace unos días en la exposición del Palau Robert. Interesante aunque insuficiente por lo reducido del espacio. Suele pasar en todas las exposiciones que hacen allí (no me pierdo ni una).
Lo que no me gustó nada del Palau Robert es que se han cargado la librería. Una pena.
Por cierto que tengo la entrevista que le hicieron en 1980 a Marsillach, en el programa "A fondo". A ver si me acuerdo el próximo día...
Soy la hermana de Adolfo Marsillach. La exposición también me sabe a poco. Pero pienso que es una vergüenza que este homenaje haya tardado cinco años en llegar a Catalunya y que todavía no lleve su nombre una calle o un teatro en Barcelona, cuando hay varios en otras ciudades.
Saludos a todos. Mi e-mail: alicia@aidware.com.
Alicia, hay en la exposición una viñeta de Forges muy significativa. En ella se ve a Adolfo Marsillach sentado en una nube, leyendo un periódico con el titular "ningún político asiste al funeral de Marsillach" o algo así. Supongo que esa es parte de su grandeza, la de no venderse a nadie, como hicieron otros (pienso ahora en Cela, por ejemplo).
Tampoco se le concedió la Creu de Sant Jordi, aunque esto me parece más un mérito que otra cosa.
Probablemente es vergonzoso, como dices, Alicia, la falta de reconocimiento que en su propia ciudad natal ha tenido Adolfo Marsillach, aunque no sé si es tan sorprendente... al menos, en lo que se suele comprobar en la clase política tanto barcelonesa como catalana. Creo que, sencillamente, Marsillach es demasiado "universal" para que se le tributen honores en estas tierras donde te han de poner la etiqueta de "políticamente correcto" para que eso suceda (al menos desde la administración pública donde, también en la cultura, por el hecho de estar mirándose (y admirándose) el propio ombligo, no ven más allá) y, como comenta arrebatos, una persona que no se vende es difícil que le puedan poner esa etiqueta. Uno de los fragmentos de la autobiogrfía que seleccioné, creo que viene a reflejar todo esto y, de alguna forma, dar a entender el por qué de ese "distanciamiento":
"Tampoco yo soy – o al menos no me considero – un mal catalán. Ni mi padre. Ni nadie, que yo sepa, de mi familia. Admiro y quiero – porque son rabiosamente “míos” – a Maragall, a Verdaguer y a Rusiñol, pero también me pertenecen – y no estoy dispuesto a ponerles una barretina sobre la tumba – Cervantes, Quevedo y Lope. He sido educado en una idea universalizada de la cultura y, por muy pequeño que sea el universo – que sí, que lo es -, me niego a empequeñecerlo todavía más. En el fondo de mi corazón sólo considero compatriotas a quienes leyeron los mismos libros que yo he leído. Lo demás – como dijo Shakespeare – es silencio."
Muchas gracias por tu comment! Me encanta la idea de los fragmentos de lecturas más o menos recientes.
Yo me lo estoy leyendo ahora y estoy.... totalmente enganchado. ¡Cuánta vida ahí metida! Saludos
Manu
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