Tengo que reconocer que, por lo general, siempre he intentado huir de las ediciones de libros que vienen acompañadas de ilustraciones de tal o cual artista.
De alguna forma, provocan que uno desvíe la atención del relato, que llegue incluso a desconcentrarse en su viaje personal . Cuando estoy dentro de una historia, a la que de repente interrumpe una ilustración (que no es más que la visión que de esa historia, de esos personajes, tuvo el ilustrador), por muy buena que ésta sea, mi imaginación me llama la atención, se enfada conmigo:
- Eh!, estás por mí o no? – me dice notablemente disgustada.
- Perdona … no pude evitar echarle un ojo – me excuso, como el que se excusa ante la pareja después de, inevitablemente, girarse para mirar a otra mujer.
- Bueno – me dice – ya tendrás tiempo de mirarte esos dibujos cuando acabemos, no?
- Sí, tienes razón. Sigamos.
Un caso flagrante fue la Salomé de Oscar Wilde, ilustrada por Gino Rubert que editó recientemente el Círculo de Lectores .
Pero como toda norma, tiene su excepción: Gustave Doré.
En un reciente viaje con Dante por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, guiados por Virgilio y aderezados con las ilustraciones de Doré, en una edición de Terramar, mi imaginación no se enfadó durante todo el camino. Al acabar no pude evitar comentárselo:
- Bueno! … Estuviste callada durante todo el viaje! …
- Sí … ya … - me dijo, mirando al suelo, intentando disimular un incipiente sonrojo.
- y eso?
- …
- Venga! – la animé, reconozco que un poco divertido al verla así - Cuéntamelo!. Tenemos confianza no?
- Sí claro! – sonrió – Bueno, el hecho es que … creo que es la primera vez en la que me he visto superada.
Como a quien la mira desde abajo le parece que la Garisenda se inclina más mientras pasan las nubes sobre ella, así me pareció Anteo cuando se bajó para dejarnos en el fondo, y tal fue mi temor que hubiera preferido otro camino. Mas nos posó suavemente en aquel abismo que devora a Lucifer y a Judas; y una vez hecho su oficio no demoró allí por largo tiempo, sino que se irguió en seguida como el mástil de una nave.
La Divina Comedia. El Infierno. Canto trigésimo primero.